jueves, 18 de octubre de 2007

No sé que de las aves (1a entrega)

Nota preeliminar: Dada la extremada dificultad de las preguntas sin respuesta que dejó mi última entrada, me he propuesto, no intentar contestarlas, pero sí crear una serie de entradas lo suficientemente abstractas para no dejar cabida a preguntas concretizables. Con este afán puramente poético (así se me ha dado llamarle), comienzo esta serie de textos bajo el título de "No sé que de las aves", que así se me ha dado llamarle.


De por qué las aves no usan sombrillas (versión para Hechos y dichos de Efigenio Bacardi)

No eras tú de alas ni sequías ni quién para escaparte. Canzada de sillones y de nubes -de esperas y de salas de espera-, mirabas por aquella ventana tuya y tan de agua como soñando vuelos o caídas, haciendo el gesto de los muertos en la historia.
Sin embargo, y esto debe quedar bien claro, no cae la lluvia aquí para evadirte. No, ni cantan para ti los sapos su canto sacro y perezoso; ni te esperaba ningún viejo con su reflejo gris sobre la acera y el dobladillo en trozos, los niños cazadores de resfriados, los barcos de papel en un acotamiento de autopista posmoderna, ni se hicieron para ti los puentes ni los pasos peatonales... ni te esperaba, en fin, el ave, bañándose en instantes de caída. No, ni tú podías saberlo...
Ni creo que lo supieras, pero los pájaros detestan las sombrillas.
Por mi parte fui, si acaso, testigo incerciorable del acto más liberador: súbitamente tú, girando la perilla de una puerta que era polvo, trazaste el gesto de un instante de caída suspendido y abriste la sombrilla por hacer un vuelo del abrirla.
Alada así, y a pesar de todo, goteaste lento por las calles.

1 comentario:

Tahuantinsuyo dijo...
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