lunes, 22 de octubre de 2007

De por qué las aves no usan sombrillas 2a parte

Cuando era todavía una niña, el personaje de esta historia, que aparenta más de 65 años aunque quién sabe, leía sobre los pájaros y los paraguas. Los pájaros no usan palabras (ella no lo sabía), tampoco paraguas. Los pájaros, especialmente los negros, aunque esto sea por razones de índole irresoluta e inalcansable para el pensamiento positivo-cientifisista, dejan que la lluvia caiga desde la punta de sus narices (claramente los pájaros tienen nariz), hasta la última pluma de su ala izquierda (o derecha despendiendo de la posición del observador o del pájaro), para que cargadas por su insólito deber de caída, se pierdan en el abismo que es todo aquello que se encuentra abajo del pájaro.

Ahora, evidentemente hay quienes vuelan bajo porque abajo está la verdad, eso es claro, pero precisamente por eso los pájaros vuelan cada vez más alto. El personaje de esta historia (¿historia?) no parece dudar ni un momento que, de poder permanecer en las alturas, los pájaros jamás volverían al suelo. También los sueños caen, pero los sueños de los pájaros sin duda caen más fuertemente pues caen desde más alto. Habría que hacer un estudio -pensaba- relacionando los temblores con la caída del sueño de un pájaro. Ella nunca soñó que volaba, ni intentó decirlo, ni se arrepintió de no haberlo hecho. Por mi parte no sé si las aves soñarán, no lo sé y la verdad que no quiero averiguarlo, si un pájaro negro con o sin paraguas viniera a confesarme sus sueños, seguramente los escucharía gustoso, pero si no, tampoco pienso averiguarlo por mi parte. Los sueños de un ave deben ser grandes secretos, y los secretos de un ave deben ser altos sueños.

En parte, sólo en parte, los sueños son como un ave, pero sólo en parte. Realmente las aves son como un sueño -pensaba, mientras reclinaba la cabeza hacia atrás, sentada en el parque de la conchita, y enredaba su mano entre sus canas. Yo lo observaba sin que se diera cuenta, no tengo plumas, pero alguna vez también aparenté más de 65 años, aunque uno nunca sabe. Si yo tuviera plumas, seguro que ella hubiera podido quitarme una por una, y yo hubiera sentido un piquete cada vez que arrancaba una de ellas con sus manos viejas y cansadas. También hubiera podido quitarle todas sus plumas una a una, y la hubiera tenido ahí mismo, bajo la lluvia, sobre nuestras plumas en el Parque de la Conchita.

Pero para eso habrá tiempo en la vejez. Mientras tanto yo todavía saco mi paraguas en las tardes lluviosas, y camino observando el suelo, por si el reflejo de algún ave se me llueve.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo vi un ave con sombrilla, era un tanto grande, casi parecía que iba a dejar caer una caja con un hombrecillo dentro. ¿Era eso un ave, si no usaba paraguas?

Juan Carlos Cabrera Pons dijo...

Definitivamente no era un ave. Debo dejar muy claro algo que creo se me ha pasado de largo: Las aves no usan sombrillas; las sombrillas son los mismo que los paraguas, vamos.