jueves, 25 de octubre de 2007

Aves de lago

Clori oidaba mi bigote. Me lo dijo en una de esas mañanas que se dedican a pasar y nada más, mientras yo acariciaba su cabello, sentados sobre la banca de falsa madera frente al sucio lago bañado de patos no tan limpios en el Parque México. Qué iba a yo saber que ése había sido siempre el problema. A Clori le bastaba mi bigote para olvidarse de las mañanas, los parques y las caminatas; cada uno de los bellos debajo de mi nariz la hacía detestar el viento en mi cabello, las inquietas pupilas de mis ojos buscándola, mis manos cálidas... en fin, si ella recordaba mi bigote se iban hasta el mismo agujero el parque entero y la mitad de los patos.

¿Pero qué hago yo con estas terribles ganas de Clori? Ganas de tomar su ombligo con la punta de mi mano derecha, su nuca con la mano izquierda; ganas de encerrarla prisionera entre mis brazos, aventarla contra la superficie de la banca, trepar sobre su cuerpo tan de Clori, y dejar las mañanas enteras, las caminatas, todo el parque y la mitad de los patos en sus labios. Ganas de ella entre mis dientes. ¿Qué hago yo conmigo entonces? Jamás supe si ella tenía que rasurarse antes de visitar los parques o no, ni me interesó saberlo; simplemente jamás sería perdonado.

Claro, por el otro lado hubiera bastado con deshacerme del bigote de una buena vez. Pero me conosco, entonces hubieran llegado las preguntas. ¿Y qué si no hubiera patos en el lago del Parque México? o si en vez del lento parque tuvieramos sólo una autopista posmoderna. ¿Qué si el viento no viviera entre mi pelo, ni mis manos fueran cálidas, o inquietos mi ojos? ¿Y si yo tuviera escamas en los labios? ¿o dos narices? ¿o simplemente bigote? ¿Me besaría Clori sus besos tan necesarios todavía? ¿Amaría mi boca si no fuera creación suya?

Por eso yo nunca la besé. Sus besos no existían para mí y yo, el que estorbaba tan cargado de bigote entre toda esa belleza, el que ofendía su hermosura, no hubiera podido jamás aventarla sobre la banca del parque para tenerla ahí mismo. Ay Clori, y yo tan tuyo, con tus ganas de probar que por tu boca cortaría hasta mi bigote, mientras esperaba que me amaras a pesar de todo el bello facial de todos los parques juntos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Realmente es triste. A mí me gustaron siempre los patos, pero me pregunto, ¿No es necesario que un pato sea mugroso, estrictamente mugroso, para ser pato? Yo creo que sí, por eso me parece tan triste la historia, era todo tan real, tan simplemente real...

Anónimo dijo...

Historias de Bigotes y particulares. Conmovedor, como dicen.