jueves, 29 de julio de 2010

I

El Viejo tenía la costumbre de arrastrar las palabras más de la cuenta; escucharlo era muchas veces parecido a la experiencia de acercar la oreja al motor de un carro, para abstraer del movimiento de cilindros y fluidos metálicos, algo como un eco capaz de comunicar sus estados más profundos e inconfesables. Debo decirlo, El Viejo no era una persona del tipo que puede considerarse inteligente; ni siquiera utilizando estándares bastante holgados para juzgar sus palabras, se conseguía colar al repertorio de sus conversaciones una sola idea que fuera juzgada como luminosa, o mínimamente ubicua. Había desde esta perspectiva, motivos de falta para lograr aceptar su pertenencia al grupo. Sin embargo, poseía una habilidad capaz de consagrarlo en los anales de la historia, como individuo de genialidad incomprendida: Usaba el cuchillo como nadie.

Puedo argüir para dar talla a la explicación, que era primogénito de una familia de carniceros. Cinco generaciones dedicadas a hacer del fluir del metal sobre la máquina blanda, tanto una actividad lucrativa como un arte. Sin embargo, El viejo había dejado el camino que le exigía el abolengo, cuando embarazó a su primera mujer, y huyó con ella jurando amor eterno, solo para abandonarla un par de años después, con el hijo, empapado en sus propias lágrimas, en el andén melancólico y húmedo de una terminal del Distrito. Desde entonces, liberado tanto del yugo paterno, como de los compromisos conyugales, hizo lo que mejor sabía: caminar. Fue así como lo encontramos, con los zapatos desgastados más de la cuenta y una expresión desenfadada.

martes, 20 de julio de 2010

Para cuando el gallo comenzó a cantar algo así como la forma de sus plumas, o la inclinación de la parte superior de su cabeza, ya estaba decidido. Había que conservar al animal, con el cual nos habíamos encariñado de tal modo, que sería invocar la melancolía el despejar su cabeza con un corte seco, justo después de colgarlo boca abajo para concentrar la sangre, y hacerla lucir como un higo, repleto de un néctar indecible. Coyote ofició la ceremonia; tocó una trompeta al tiempo que despejaba un tramo de tierra de las malezas ampliamente arraigadas sobre su vientre, para colocar unas pequeñas vigas, e instalar la jaula para el animal.

jueves, 15 de julio de 2010

¡No se lo pierda!

A riesgo de ser tachados de anticuadamente longos y previamente perecederos –acusación esta bastante frecuente pese a la ridícula inadecuación de sus adjetivos–, los miembros más gallardos del Comité Sindicacional de Narradores y Cronistas de la Vida y Obra, Hechos y Dichos, Proezas y Milagros de Efigenio E. Bacardi (EEBLWFSAMSCNC por sus siglas en inglés) abren al público un nuevo espacio de investigación y aprendizaje, divertimento y contemplación, con lo mejor y sólamente lo mejor de la vida y obra, hechos y dichos, proezas y milagos de Efigenio E. Bacardi, con comentarios originales y un profundo análizis avalado por cronistas internacionales.
No puede perdérselo en:

www.efigeniobacardibestof.blogspot.com