jueves, 29 de julio de 2010

I

El Viejo tenía la costumbre de arrastrar las palabras más de la cuenta; escucharlo era muchas veces parecido a la experiencia de acercar la oreja al motor de un carro, para abstraer del movimiento de cilindros y fluidos metálicos, algo como un eco capaz de comunicar sus estados más profundos e inconfesables. Debo decirlo, El Viejo no era una persona del tipo que puede considerarse inteligente; ni siquiera utilizando estándares bastante holgados para juzgar sus palabras, se conseguía colar al repertorio de sus conversaciones una sola idea que fuera juzgada como luminosa, o mínimamente ubicua. Había desde esta perspectiva, motivos de falta para lograr aceptar su pertenencia al grupo. Sin embargo, poseía una habilidad capaz de consagrarlo en los anales de la historia, como individuo de genialidad incomprendida: Usaba el cuchillo como nadie.

Puedo argüir para dar talla a la explicación, que era primogénito de una familia de carniceros. Cinco generaciones dedicadas a hacer del fluir del metal sobre la máquina blanda, tanto una actividad lucrativa como un arte. Sin embargo, El viejo había dejado el camino que le exigía el abolengo, cuando embarazó a su primera mujer, y huyó con ella jurando amor eterno, solo para abandonarla un par de años después, con el hijo, empapado en sus propias lágrimas, en el andén melancólico y húmedo de una terminal del Distrito. Desde entonces, liberado tanto del yugo paterno, como de los compromisos conyugales, hizo lo que mejor sabía: caminar. Fue así como lo encontramos, con los zapatos desgastados más de la cuenta y una expresión desenfadada.

2 comentarios:

Silvina Mora dijo...

Pobre viejo !!! Se puede vivir sin nadie y nada, más que el cuerpo vacío de sentimientos ?
Besitos !!!

Tales de Mixcoac dijo...

Me parece que es muy parecido a aquel autómata que jugaba ajedrez, debería haber algo detrás como sustento invisible, que aparenta ser una pura maquina silogística.
Gracias por comentar.
Saludos