martes, 17 de noviembre de 2009

Muerte de Antonio de Nigris

Antonio de Nigris tal y como se le vio en vida


Voces de muerte sonaron
cerca del Aegean Sea.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre los tacos
mordiscos de jabalí.
En la cancha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su camisa carmesí,
pero eran malformaciones
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrella clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Aegean Sea.


su camisa carmesí...

Antonio de Nigris Guajardo.
Rayado de dura crin,
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil.
Zapatos color corinto,
medallones de marfil,
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín.
-¡Ay Antoñito de Nigris,
digno de una Emperatriz!
Acuérdate del Ojitos
porque te vas a morir.
-¡Ay Albertito García,
llama a la guardia civil!
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz.


digno de una emperatriz...
En la foto: Claudio Suárez y Aime Menicucci

Tres golpes de sangre tuvo
y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Un ángel marchoso pone
su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado
encendieron un candil.
(...)

sábado, 5 de septiembre de 2009

Partir los cráneos

Pienso, o escribo estas líneas en la página que se inscribe en mi imaginación, desde la esperanza del patíbulo barnizado por el crepúsculo.
-Los cráneos… Los constantes cráneos… Las noches de los cráneos se hicieron cotidianas; salieron de la clandestinidad y la gente empezó a gritarlas con las miradas y a huirlas con las palabras.
Al principio, me fue confiada la actividad de aplastarlos y me dotaron de facultades casi redentoras. Todas aquellas cabezas cubiertas, cuerpos atados y bocas amordazadas, eran objetos indeseables que los puritanos del lugar elegían para curar al mundo de la hambruna y la pobreza.
La gente preocupada por la comunidad se organizaba en brigadas pequeñas para cazar a la escoria en cuanto la luna asomaba tímida entre la niebla. Las calles dormían deliberadamente mientras los vagabundos eran sometidos (labor que no resultaba difícil, dada su lastimera condición). Una vez terminada la cacería acudían al callejón y la casa escogidos cuidadosamente para no evidenciarse demasiado; por supuesto, todo lo hacían con la más profunda precaución o, mejor aún, con la más ingenua precaución.
Yo recibía ese cuerpo para sujetarlo sobre la mesa de piedra. Los instrumentos estaban dispuestos: la bata, la franela y el mazo recargado en la pared. Ese breve preámbulo concluía con un seco y contundente golpe en la cabeza del indeseado que desparramaba la materia encefálica por la habitación, lo cual implicaba un arduo trabajo de limpieza, pero el dinero lo valía.
Quizá sobra decir que estas nobles personas alcanzaron en poco tiempo su objetivo: los indeseables eran una especie extinta. Lo lamentable (para ellos) fue no poder congratularse públicamente de su triunfo y, mucho menos, recibir elogios por el mismo. El solitario gozo de su éxito no fue el paliativo pretendido para su no declarado vicio. Se vieron en la incapacidad de comunicar sus logros de enormísimo altruismo por temor a las represalias morales, por lo que hubieron de buscar no sólo formas de valorizar su imagen, sino de no perder la costumbre de cada noche.
Fue así que de la escoria social siguieron los herejes, los impíos que miraban al ocio con avaricia, que creían en la pasión como la única vida; individuos de elegancia intachable, pero que sirvió para juzgarla como la máscara demoníaca del pecado. En ese tiempo temí un poco por mi empleo, ya que algunos consagrados pseudo-profetas defendían la idea de las condenas medievales, más por la exhibición que por la tortura física, pero se vieron forzados a desistir de su propósito después de que se hiciera general la tormentosa suposición de que ellos mismos se verían condenados después de mostrar tales métodos. Respiré aliviado.
La obsesión por encontrar culpables de la ruina inevitable los llevó a una esquizofrenia creciente. Los miembros de las brigadas aumentaron y los dogmas se fortalecieron con un espíritu de intransigencia perseguidora y mis noches se volvieron más pesadas; aunque no dejaron de ser un buen ejercicio para los músculos.
Los herejes eran difíciles de cazar. Estaban bien alimentados y hasta fornidos, por lo que las estrategias de cacería tuvieron que innovarse, y mis brazos tuvieron que aplicar más fuerza sobre esos duros cráneos.
Las presas se fueron agotando de igual forma, y no precisamente por las habilidades de los cazadores, sino por un triste extranjero despistado (que luego habría de pagarla) llegado un fatídico día (para él) con ideas de conversión y redención religiosa. Los supuestos heresiarcas no tardaron en refugiarse bajo ese manto que se les ofreció caído del cielo. Quien tardó en recuperarse fue aquel hombre, porque de allá arriba hasta acá no es para esperar menos que ambas piernas rotas.
Después de predicar la hermandad que los vagabundos habrían de maldecir por llegar tan tarde, un grupo de ortodoxos preparó un asalto al hogar del extranjero que al final tuvo éxito para aprehenderlo con sigilo y llevarlo a mi hogar.
Su cráneo era frágil y eso me facilitó las cosas. Era casi un cadáver y la sangre en su cuerpo era escasa. Con este trabajo la situación volvió a una neutralidad de cualidades explosivas. Los herejes dejaron de serlo, y nadie podía recriminarles lo contrario. La tensión persecutoria imperaba en la atmósfera, pero no había a quién perseguir. Los dedos tronaban, apenas se parpadeaba. Las extremidades de cada persona se anquilosaron, paradójicamente, en un movimiento dubitativo pero uniforme. Mientras, el mazo aguardaba sobre la pared, mis manos por unas monedas y mi estómago por la comida que compraran aquéllas. Mi oficio, por su parte, ya no era un secreto para nadie.
Un par de ciudadanos estoicos resistieron hasta el derrame cerebral la presión de incriminar y condenar. Bastaron estos dos casos para comprender la urgencia de idear una solución que les evitara sucumbir. Fue la ocurrencia (involuntaria, por cierto) de un hombre que germinó el supuesto de que su vecino conspiraba contra él para arrebatarle a su esposa y heredar sus propiedades, cosa extraña de pensar de una persona ciega y muda. Esa ocurrencia lo llevó a perpetrar el secuestro nocturno y encargarme un nuevo trabajo que reanimó mis fuerzas. Después generó una ola paranoica de desconfianza en la que el día se volvía encierro, para no levantar sospechas fisonómicas, y la noche… también, excepto para quienes jugaban a pensar que la infidelidad, el engaño, la conspiración o las malas miradas, eran prácticas circundantes que no podían tolerarse. Todos eran sospechosos porque la ley así parecía disponerlo.
Fueron los días más laboriosos de mi carrera, a pesar de haber sido pocos. Cada noche atendía una gran cantidad de solicitudes que me provocaron calambres bastante fuertes.
La gente no tardó en notar la autodestrucción inminente a la que se estaban forzando. Tal vez esa, aunque fugaz, muy desmesurada persecución de culpables había agotado completamente sus deseos por continuar con su actividad. Los que aún quedaron se vieron pronto en un estado de relajación placentero. Pero al ver la desastrosa situación en que se hallaban no demoraron demasiado en deslindar culpas.
Y es así como llegué a ser el villano del lugar. El demonio encarnado que ofrecía la tentación de resolver los padecimientos compulsivos de cada persona a través de una solución falaz, de una bajeza indecible. Fui condenado a una muerte democrática, es decir, de la que todos van a participar con vituperios y pedradas.
La noche cayó con la hoja de la guillotina mientras la gente agradecía a alguna entidad divina el haberlos librado de mi perniciosa influencia. Al final, mi cabeza rodando hacia la multitud casi alcanzó a ver a quien tendría el próximo oficio de partir los cráneos, porque pretextos nunca faltan.

sábado, 29 de agosto de 2009

Paisaje al atardecer

Mi amada loca que riza y risa, va dejando la leche quemada ser aroma cierto entre el dulzor de los gladiolos. Con sus dedos tensa el aire de cuerdas voluminosas y ligerísimas, y canta su voz amplia como la distancia de las palmas de sus pies a las de sus manos: fresca línea que toma su espalda haciéndola plaza de lanzamiento y de ver volar y volar su faz de amanecer. ¿Qué puede decirme cuando la interrogo con la mirada nocturna que se va cultivando camaleónica entre fugaces luces? Puede decirme, amada mía, la tierra suave de lo esteros, mírela correr la dorsal de los cocodrilos, cruzar el bostezo de los anfibios sin nombre que se procrean desde la aurica incursión del sol a los espejos de agua, elevarse en espasmos monosílabos hecatómbicos y nucleares. Luego usted me observa mientras va sacando esferas multicolores del agua, es la materia con que se imprime sobre los juncos extendidos una vez que se han secado a fuerza de poemas andróginos. La fertilidad es otro paso en la reproducción de los versos exactos, que lanzamos amarrados a flechas hacia el corazón de las rocas, estas poetas, que viven del ocio sagrado, se abren al recibir el impacto, cediendo con su mismo centro el secreto que puesto sobre el fogón, revienta con el ruido instantáneo de las hojuelas de maíz, dejándonos un festín enfrente, lleno de formas alargadas como peces, vino, y vegetales verdes y azules. Entonces mi amada pone a calentar un poco de leche hasta que hierve, y se derrama; es ahí de donde venimos, de ese olor limpiando el espacio ocupado por ausencia entre la mesa y el florero. Es momento de extender un brazo que rodea su cintura, de soltar la voluntad libérrima de su cabello, de soñar despiertos que soñamos.

lunes, 24 de agosto de 2009

Leyendo Metafísica salen recuadros varios:


He visto a la mujer arroparse trémula entre el placer, expandir sus poros para que la luna pueda llover sobre su ella piel inflamada al momento en que la noche se estrella inmensa en los claroscuros de posesa desde donde se quema, desde donde se hace espuma y ceniza. He visto a la mujer, su toda ella. He visto a la mujer, he visto al mar. A cierta altura de la ciudad comienza a intuirse el mar. Sí al ir bajando la capa de gases varios se asienta espesa, cuando se toca la apariencia límpida de más antes, lo que se escucha es un eco que recuerda al mar, se cierran los ojos y está ahí con su oleaje entero. Una voz que ruge, que reclama. Inmersión. Ahí la mujer y el mar, Ahí la suavidad que toma la mano cuando se arroja al fondo de la hoguera salina donde se intenta ser sepultado. Donde se es huésped del agua y de la muerte que se van habitando hasta el silencio líquido de los erizos, hasta la natación dorsal de los peces.

jueves, 6 de agosto de 2009

El tzin-tzun-tzan

La mujer tenía puesto un vestido negro con estampados florales, único vestigio de una realidad que se presentaba fuera de la cocina. Encima un delantal blanco embadurnado con rastros de sangre y manchas de todo tipo de alimentos, la hacía lucir desalineada más allá del grasoso cabello que se aposentaba enmarañado sobre su cabeza, en juego perfecto con el tono del maquillaje copiosamente aplicado, que dejaba el contorno de sus ojos formado por una sombra tan espesa como la nata hirviendo en la cacerola. Bajó la intensidad del fuego para evitar un derrame que llenaría el pequeño local de un aroma a leche quemada, el cual unido al sopor despedido por la parrilla, volvería la atmósfera insoportable de respirar. Escurrió la lechuga, y la coloco junto a las legumbres finamente picadas. Tomó con las manos una porción de carne, la cubrió con el pan recién pulverizado, y soltó esa pequeña maravilla isolada como un proyectil sumergiéndose en el atlántico. El aceite crepitó. Don Roberto, atento a los movimientos culinarios, recordó el andar de su mujer por la cocina. Viudo de un par de años para acá, encontraba siempre pretextos para secarse una pequeña lagrimilla que avivándose asomaba la cabeza por entre la piel de su rostro, exclamando al concluir su faena “que buena era” al tiempo que suspiraba una nota gorda. Es claro que el venerable hombre no estaba tan abandonado a la gracia de Dios, pues frecuentaba a una mujer por lo menos quince años menor que él; Su modo de mantener viva la memoria de la difuntita en presentaciones públicas, lograba hacerlo lucir como un encomiable caballero a la hora de las disertaciones de bar y cafetín, guardando lo carnoso del asunto para las conversaciones de sala de estar, donde bajo la premisa de ‘la comunicación entre vecinos es importante’ se paseaban entre susurros y voces contenidas, todo tipo de notas recriminatorios hacía su persona: chismorreo de chachalacas, las nombraba de memoría, al tiempo que trasladaba una mano a la cintura de su acompañante. Lourdes se llevó a la boca un trozo de carne de res, sin darse cuenta sumergida en sus prisas, lanzó por los aires una porción de salsa de mole salpicando el cabello de la mujer de Don Roberto. Un fuerte reclamo partió con un grito agudo que decía “ya ves lo que piensan de mí”, que degeneró en un altercado de pleito y desgreñe ; en seguida Doña Lupe voló desde atrás de la parilla, llevándose en el salto de sus más de cien kilos la mandíbula de Don Roberto, y un plato de arroz que vuelto astillas se dispersó por el suelo. Una mirada calmo el hervor. Fue por una escoba, se la entregó a la mujer conflictiva y volvió a su puesto. El caldo de conejo soltaba un tufo de cocción, elevando enormes burbujas hacía la cumbre del cielo raso.

23:19

Quiero determinarme para restaurar una piedra antigua de antecedentes inmediatos. Señor indigente, ¿qué es pensar con uno mismo?, ¿qué es hablar delante de todos anunciando el fin del mundo?.

Prosigo a la orden del ocaso del bosque para acordarme del paradigmático arte de ceder y amarse en pocos pasos. Cualquiera se burla de mi tiempo y después se cristaliza en algún extremo del recuerdo y ahí me agrada pasar la mano por la piel del gato, cuando se eriza me constituyo como entre individual sirviendo a la nada, a algún otro que nada tuvo que ver en la emancipación del territorio en donde existo sin armar bosquejos de mi acción subsecuente a la dirección opuesta del viento, que me deposita una ofrenda de Luna, que me sirve como estribo para hallarlo.

Pero mi consecuencia no es responsabilidad de nadie. Caminando a través de una arroyo que divide el bosque me encontré varios cadáveres de insectos que algún intencionado colocó para advertirme que los arboles se caen a mis espaldas, que también soy señalado por la multitud triunfadora en zona de trabajo.

La opulencia arma contingentes para violentarme, saben que este territorio es mi fortuna, lo he amortizado con mi trastorno, he despojado de todo poder al “seminarista de los ojos negros”, a “la tortuga y la liebre” y a tres cochinitos exploradores, cena para lobos, alimento de siete enanos, humor negro de Blancanieves pervertida, ¡ah, a ella si la conocí en un bar para analfabetas funcionales! (…)

lunes, 3 de agosto de 2009

Te pusiste a pensar. Viste a Lepus acomodándose brillante, apenas bajo Canis Minor, y supiste entonces que la pretensión del reloj en tu muñeca de sacar a descubierto lo más íntimo del tiempo, se quedaba en una promesa de las que suelen elaborarse repisa para atrás, cuando la maquinita brilla como un corazón metálico pulsando el latido sin contratiempos, y la vitrina límpida aparenta sonreír cuando en realidad va preparando con las manos ocultas tras la espalda, la hincada definitiva que estalle el globo terráqueo en gajos. Son las nueve, exclamaste con seguridad determinante. Lorenzo de Tena detestaba la luna por ocultar las estrellas, pero en una extraña conciliación de espesores y alturas, lograste abrirte paso entre interferencias, y ver con ojos bien abiertos lo centelleante de esos puntos suspendidos. Ahora hay mejores telescopios, dijiste, con una dulce sonrisa, mientras el escalofrío subía por tu espalda, llegaba hasta la nuca y entonces decidías soltar tu cabello, dejarlo caer sobre tus hombros. Que bien te veías, observando a un lugar lejano, más allá de la plaza rebosante de charcos de lluvia; Bella con tu cabello negro, formas de noche y tacto. Los ojos y el tacto, los labios y el tacto, las manos y el tacto. Toda tacto como un rostro vuelto hacía el sol, que enseguida encontraba su correspondiente reflejo en los faroles amarillos, en el gusto cálido a chocolate que te llevabas a la boca. Y el sabor amargo es un misterio. Y las manos que se buscan en el agua de la noche el misterio de misterios. Dando vuelta al periódico como a los trazos de tu cabello. Cada letra en el papel tenía una línea correspondiente escurriéndose entre los dedos. ¿Recuerdas una taza de café? Luego el calor abriéndose paso, un brazo rodeando el frío desde los faros. Un dibujo apenas legible. Tú caminando, y unos ojos, y una sonrisa, y una fotografía, y un charco de luz sobre la mesa de noche.


sábado, 1 de agosto de 2009

Fragmentos del gran estreno: Versión Road Movie

-Mira que cielo- Dijo Coyote Joshua. -Es Todo un cielo- dijo Dios. Mientras, el Ruso veía las incoherencias en el camino, pues estar al volante por un camino de terrazería daba más para cazar altibajos en lo que se supone era la ruta designada. Una piedra roja rodando cuesta abajo, mientras una verde se asentaba en lo alto de la colina. Daltonismo Newtoniano, pensó, pero eso era otra incoherencia más. "Tanto va el cántaro al agua" había dicho el trovador en el Biocafé, exaltando su sabiduría contemporanea de roles y atuendos. Se puso a recordar como el Mil Amores transgredía todo convencionalismo, intentando persuadir a una mesera simpática de que el Jersey del Barcelona bien valía la concomitante frase que superpondría el albedrío del Mil sobre la menguante actividad de la mujer. Llegaban las tazas de café. El Mil le sonreía, y cuando le servían logró incluso acariciar la mano acostumbrada a cargar empaques multitudinarios y extramurar campos de algodón. El automovil sufría lo inefable de una paráfrasis que trasladaba argumentos futbolísticos a la nada futbolera inclinación de los amortiguadores resistiendo duramente cada bache, y con mucho mayor empeño cada moldura de piedra. Coyote se perdía entre las nubes que asemejaban hombreras. Su primera mujer solía usarlas como calefactores, o mecanismos de defenza psicológica. Las hombreras ensanchaban la parte superior, dando un aspecto masculino que la protegía en la noche, sobre todo cuando los faroles llegando desde su posición isométrica aumentaban la proporción de las extremidades, y del cuerpo en general. -Está fiero tu modo- interrumpió el Mil, cuando notó que Dios se perdía en la divagación de las nubes, imaginando que si las hubiera hecho coloradas, más que blancas, no atraerían tanto el desdoblamiento de poner a recordar mujeres. Ruso rió, evocando las naranjas inyectadas con nectar de albaricoque, criaturas transgenésicas; mecanismo que acertaba a reproducir con las nubes. La Clau había dicho que eso serviría para etiquetar mangostas, rellenándolas de nectar para distinguirlas con ayuda de alguna fluoresencia, así cuando volaran propagándose como plagas, las que hubieran sido criadas especialmente para infiltrarse con la sepa de inmunidad en sus tripas, no serían tomadas junto a las otras que eran capturadas para utilizarse en el experimento. Dios consideró esa forma de tintar el cielo como un juego de paganos.

jueves, 30 de julio de 2009

¡Próximo gran estreno!

Laclau y Rousseau, la verdadera historia de la Clau y el Ruso una película de David Lynch, por J. "el Mil Amores" Pons, con la participación especial del Coyote Joshua como Coyoacan Joshua.
Filmación y música de Dios, digo de Joshua, y ampliamente recomendada por Joshua, digo por Dios, Laclau y Rosseau, la verdadera historia de la Clau y el Ruso es una película que lo conmovera hasta las lágrimas y le hará revivir aquellos momentos que marcaron su vida. Considerada como la película del siglo aún antes de su estreno, es sin duda la más amplia recomendación de Efigenio Bacardi para este verano.

martes, 16 de junio de 2009

Blue in Green - Miles Davis

Hblando de Miles

Aire de vos, una cierta nota que se dejaba escuchar desde el fulgor metálico: Miles y la trompeta iluminando el cielo razo más que cualquier vela, y dispuestos a comparativos con tal de seguir escuchando, ya podía adivinarse una sonrisa, o en todo caso la luna con sus esquinas de proporciones oníricas. Si la música no es motivo por si solo para romper la noche, no hay nada que hacer con uno. Podrían tirar todas las ventanas, tapear los corredores, prender la mecha del perpetuo insomnio que ensancha la soledad de la memoria, y ni aun así podría verse aquello en lo alto de la ciudad, batiendo sus alas, trozando todas sus esperanzas en el aliento que falta para no ahogarse.

miércoles, 10 de junio de 2009

martes, 28 de abril de 2009

Diálogos Zappáticos / Una partida de ajedrez

La primera vez que Efigenio visitó el Sex Museum de Copenhague ocrruió algo memorable.
No estoy seguro, es decir que no lo recuerdo justo ahora, si fue en la sala con ennegrecidas fotos de clásicos íconos sexuales (sic, con todas las connotaciones del esdrújulo) o en aquella con antiguos juguetes sexuales, donde se encontró nuestro héroe con bigotudo y curioso personaje. De lo que sí estoy seguro pues resulta imposible el olvidarlo, es de que el piso presentaba la curiosidad de alternar mosaicos negros y blancos, exactamente como debe presentarse el tablero del ajedrez.
-Yo soy el Diablo -dijo.
-¡Ah caray! -alcanzó a exclamar Bacardi ante tan inesperada aunque grata circunstancia.
-Sí, querido, no te miento -continuó con un tono calmo y algo grave, como de alguien que ha tomado ya bastante alcohol la noche anterior, o como suponemos que suena la voz de algún cincuentón con clase el sábado por la noche en el California Dancing Club de la colonia Portales-. Sí, sé lo que piensas, pero el diablo no es ya aquel sujeto rojo con cola, tridente y cuernos; no, ahora visto de frac y tomó cognac -dijo, mientras un vaso de cognac aparecía en su mano dejando un ligero rastro de humo. Evidentemente el Diablo citaba a aquel poeta de hace ya casi un siglo, pero cuando Efigenio intentó hacerle notar esta coincidencia, Efigenio siempre amante de las coincidencias y los juegos de buscar diferencias en el periódico, el Chamuco replicó:
-No, ya sé que no es ésta la moda, pero tiene su encanto ¿no cree?
-Ah, eso indudablemente, pero...
-Verás -interrumpió nuevamente el Diablo-, yo sé que tú eres Efigenio E. Bacardi, y sé tu segundo nombre, que te valga esto como prueba.
-Ah bueno, pero...
-No -volvió a interrumpir el Enemigo Malo-, por cierto, detesto el ajedrez. El ajedrez es el juego de Dios, verás. El Diablo jamás juega al ajedrez -aquí sorbio lentamente un trago de cognac sin hacer el menor ruido con su labios-. El ajedrez es el juego de las equivoaciones. Es muy complicado, ¿sabes? Me aburre. Supongamos, digo, los dos más grandes jugadores de ajedrez de la historia, o mejor, un ajedrez prehistórico, es decir, previo al concepto de historia. Es decir, si Dios y yo jugáramos al ajedrez, mal vicio que dejé hace tiempo pese a Sus constantes tentativas, no ganará el más sabio de nosotros, tampoco el más sagaz o ingenioso. No, ganará el que se equivoque menos veces. Si los dos más sabios, sagaces, ingeniosos, en fin, inteligentes de la historia, es decir de la pre-historia, jugáramos al ajedrez, no podría desarrollarse el juego sin que alguno entrara en un error. No se puede ganar el ajedrez siendo bueno, sino siendo menos malo. Ése, querido, verás, es el juego de Dios.
Evidentemente el Diablo estaba citando a aquel otro poeta, pero cuando Efigenio, amante de las citas cultas, no por pedantería sin por sincero amor (aunque todo amor tiene algo de pendante), échandose el cognac de un trago mientras el vaso desaparecía, el Diablo dijo:
-Me gustan las damas. Es un juego sencillo, ves. Es un juego en el que no puedes equivocarte. En una partida de damas entre los dos más grandes jugadores de damás prehistóricos, es decir, yo y tú, querido Efigenio E., ganaría el mejor, no el menos malo. El de la mejor estrategia, el que sabe aprovechar sus propias erramientas y no sólo los errores del otro. No cabe Dios en las damas, verás...
-¡Basta! -exclamó Efigenio colorado de furia-. Nada sabes tú, ni eres tú el diablo. Jamás jugaré contigo inocente embustero. ¡Lárgate ya! Decirte el Diablo y gozar de sus prendas sin saber que mi único vicio es el deporte. Algún día vendrá el Diablo de verás y ya verá, él y toda su prole descendiente de los cielos, y él y Dios y todos verán quién es el más grande jugador de fútbol gaélico -dijo, y volteó los ojos hacia el techo, como si hablara con alguien o muy lejano o muy presente, y continuó:- ¡No hay museo en esta torpe Copenhague en el que quepas, oh viejo y grande Peter Cannavan! ¡No hay museos en este viejo continente para nosotros! -dijo.
Ah y de aquel impostor se cuenta que aún hoy es posible encontrarlo en los museos y en los clubes de baile de la Colonia Portales cargando sus damas y retando al mundo, pero jamás, jamás perdiendo.

martes, 14 de abril de 2009

No poseo el engrane de las manecillas. Apenas mis dedos pueden sostener a las uñas por encima de ellos. Cada palpitar matutino se convierte en la previsión de un día visto anteriormente, sin matices, sin color. Ese despertar se convierte en una figura estática del desconcierto marcado por el ofuscamiento que los ojos se han buscado con la entrega apresurada a su deleite hedonista.
Si la duda es la constante reiteración de lo absurdo y de lo inútil, cualquier pequeño movimiento corporal resulta en una penosa e hilarante ironía entre lo imposible del avance y el intento de dar el paso, de pintar pisadas de pies desnudos que dejan en su discreta guardia a la sombra que acaricia la tierra detrás de ellos, y en su altruista sacrificio, a la misma que, con una vuelta de ángulo inverso, comprueba el terreno a marcar.
Este cuerpo quisiera, entonces, colocar la rueda extraviada en el lodo, armar el mecanismo para levantarse, resguardar el reloj en sus manos, evitar la barranca y el trastabillo para sentarse en sincera sorpresa por el equívoco próximo que dejó su condición ineluctable para dar lugar a la pequeña posibilidad de evadirlo con el descanso revitalizador.
El deseo, de cualquier manera, se fuga con calma por el llano, siguiendo a la voluntad que emprendió el camino originariamente y que mantuvo firmes los huesos en la estrecha senda.
La genética se verá trastocada por los seres errantes que dejaron en el cansancio el sentido pleno de sus pasos. Volverán sobre lo recorrido, arrastrados por los arañazos sobre la tierra, secos en sus extremidades inferiores, para comer los cabellos de los fósiles que les anticipan una suerte similar. Niegan el origen y el final en un olvido que los hace converger hacia situaciones insospechadas, carentes de categorías para fenecer, de rituales y recordatorios sacros.

domingo, 29 de marzo de 2009

martes, 24 de marzo de 2009

Cosas de por ahí

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Comenzó a llover, pero el agua como solvente universal no estaba esperando la semipermeabilidad de los tres hombres que siguieron caminando. Tomás, poseedor de una imagen de Jim Morrison, que llevaba resguardada en su mochila, fue el primero en notar algo raro en todo eso: la verticalidad de las líneas descritas en el aire. Generalmente cuando las gotas caen, lo hacen con cierta inclinación inducida por los vientos que originaron los cambios en la presión atmosférica que desencadenó la lluvia, pero esta vez su trayectoria formaba una ortogonal perfecta con respecto a la horizontal del suelo. A esta perplejidad se sumo la de los otros dos; por un Lado, J. nunca había visto aves con sombrilla bajo esas condiciones, y se divirtió buscándolas; por el otro Xul, no estaba seguro de que las librerías obsequiaran peces con cada compra, como veía en la esquina donde una mujer de rojo junto con un libro de Murakami, recibía de parte del librero un pez en su pequeño recipiente oblongo. La mujer de rojo fue entonces para él sinónimo del pez bibliófilo y la lluvia perpendicular, pues las aves le tenían sin cuidado cuando llovía y eran presa de las travesías oníricas de los gatos. Colmado en su atención por las acciones recién desencadenadas, inició el intento de persecución, para arrastrando los pies en la dirección definida por la mujer, llevar a los otros dos tras de sí. Como embriagado en medio de una disertación que tuviera como punto de partida nociones efervescentes de epistemología, se sintió sin control de cada una de sus extremidades, que amenazaban con empaparse o aterrizar antes de lo que tenía planeado. Tomás se quejaba por que el intento le parecía fallido de antemano, sabiendo que lo desesperado de una acción atípica acarreaba negativas por parte del sexo femenino.

viernes, 20 de marzo de 2009

Marzo

Tu, sentada como si el mundo acabara de dejar un fruto cerca de la mesa mientras en rededor todo era hojas cayendo aun verdes como helicópteros o amarillas ejercitándose como salvavidas. Uno podía estirar la mano y en seguida tenía un sombrero. Lo puse sobre tu cabeza, así la sombra fue doblemente tuya, doblemente cálida. Tenías puesta también una sonrisa de esas que elevan el mundo hasta una posición en que la luz rebota en todos lados como cuando es de mañana, en los primeros momentos del día en ciernes. Tomabas un buen vaso de jugo de naranja, mientras las palabras nos iban llenando: “¿Que puedo hacer si puedo hacerlo todo y no tengo ganas sino de mirar y mirar?” y luego de mirarnos y mirarnos supimos sin duda que aquello era la felicidad, y la mesa, los cubiertos, la comida misma, la mañana, el amable mesero, el comensal con toda su familia en la mesa de enfrente, la fuente, las confituras, los colores, eran meros accesorios de algo que tenía su raíz mucho más arriba o mucho más abajo. Tus ojos con todo el asombro del mundo, con el resplandor que el maravillarse de las cosas pequeñas, concretas, le da a la mirada de los niños, descubrieron ciertos matices en las naranjas de un árbol próximo, y entonces quisiste inmortalizarlas, pero yo con la esperanza puesta en un arrebato lúdico que pretendía encontrar en los animalitos de barro que nos ofrecían dos infantes con sendas canastas alguno con las particularidades que había vislumbrado en un sueño, retrase la consumación de tu deseo hasta que tardíamente apareció el Mayor Sabines arruinando el cuadro que tenías en mente, pero proporcionándote un mayor interés cifrado en sus maullidos y sus pequeños lengüetazas de gato, hasta que torpemente bajó y pudimos llevarlo a casa, recuperado, solventando nuestra angustia tras su desaparición.

jueves, 19 de marzo de 2009

martes, 17 de marzo de 2009

Sobre lo de seguir pasos

Por que eso de las persecuciones es solo una tentativa de formalismo. Antes, en la ciudad, quizás por la visión poética o por el constante canto que emana de sus calles, pero se había embarcado en persecuciones acompañado por R. Era cosa de sentarse cómodamente en alguna banca con una borboteante taza en la mano, y escoger al azar a algun despreocupado viandante. Lo que seguía era tratar de no perderlo en sus andares, y trazar una ruta mental en cada girar de esquina o cruzar de calle, para ir confirmando una dilucidación que culminaba cuando R lograba con solo superficiales observaciones construir el perfil vital de la mujer u hombre en cuestión, y Xul la aderezaba a posteriori con ramas y hojas caducifolias.

martes, 10 de marzo de 2009

viernes, 6 de marzo de 2009

A Puerta Cerrada First Part

"Documental de la obra. Primera parte, promocional solamente. Apóyenla por favor... dmoreno@jexproductions.com "

Buen documental, posteado aquí para apoyar la causa promocional.

Saludos

martes, 3 de marzo de 2009

A propósito de Girondo

No se, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como pepitas de calabaza, o como racimos de uvas, que se corten el cabello a la usanza mohicana, o que se cuelguen de la enredadera doscientos kilos de alcohol y mescalina, que en las manos se coloquen los huesos flacos de sus húmeros (y hay, parís con aguacero) para cantar rondas desérticas o selváticas con el choque de los huesos, que lleven en los ojos la insignia de la calavera (the window of the skool) y no se cuantas más mezclas de acero y vodka, para hace seguir lloviendo cavidades y letargos. Pero eso si, y en esto la irreductibilidad corre a grado sumo, no les condono ni en pequeñez insular que no sepan flotar, por que de hacer separar los pies del suelo está tallado el camino a los cielos.

lunes, 2 de marzo de 2009

No puedo dimensionar el trazo muerto, ni los días en cascada sobre mi espalda. Todo lleva un peso que le es propio, que conduce como río las figuras inmanentes a los ojos; esa clase de prefiguraciones que de la mente llega al mundo para entonces regresar con un esquema sabido de antemano: apriorística perfecta, con pretensiones sintéticas.

El mundo como un artefacto de pestañas, o como una base del número cinco con agujeros o pececillo agusanando sus entrañas, pero la vida está más allá, en esos agujeros o en esas agallas que para el caso son el mismo espacio vacío, sin posibilidades de representación.

El vuelo de las aves es un ave, y meditamos todos, quizás con la cabeza abajo, o con los ojos puestos en otro lado. Quizás con las manos colocadas frente a los ojos para bloquear cualquier iniciativa de fuga. Es tan fácil dejarse llevar por…

jueves, 26 de febrero de 2009

De vuelta, pues toda asuencia fue un espejismo

La ventana se entreabre. Rojo sigue empecinado en juntar bolas de carne. Yo quiero que de una vez termine, que uno de estos días la tierra lo devuelva a la realidad con esa forma suya de mover la ilusión solipsista hacia fuera, de hacer excretar el subjetivismo hacia el otro lado del estómago.

Tengo frío en las pestañas. Los dedos me tiemblan cuando tomo la pluma y trazo una línea más en la agenda, para procurarme el saber de cuantas tazas de café llevo preparadas desde que abrí la bolsa. Pronto hará falta resurtirme de su aroma; los granos son pequeños pero lo suficiente fuertes como para traerme cabeza arriba a este patio de afuera.

Rojo junta un montoncito de trazas sanguinolentas, y comienza a amasar. Cuando van adquiriendo cierta vida a base del movimiento que le transfiere, lanza unas gotas de saliva para humedecerlas con el fin de acelerar el proceso. Una vez que ha logrado ejecutar la forma que latía en sus pensamientos, arranca una página de algún libro de su agrado con que envolver el árbol, el fruto, la acacia, el letargo, el baobab, la sanguijuela, el fotograma, la … que resulta siempre esférico.

“La [situación] primordial o de superficie está caracterizada por la absorción completa en el sentido del mundo; es decir, para ella sino lo intramundano, o sea, lo finito, tiene realmente sentido, se deja vivir, se deja proyectar, experimentar y gozar, y sólo el sentido intramundano decepciona o plenifica. La situación fundamental es aquella desde donde se vuelve visible la finitud del mundo como tal y la absorción de la existencia en él, en cuanto es vivida según el hábito primordial”

Yo tengo mis propias manías. Mientras el café me eleva por el patio y Rojo permanece en su labor de trotamundos, me dedico a juntar fantasmas. Pienso en el abuelo, vestido con una guayabera, con el cabello cano y la voz ronca, sentado de un lado de la mesa, comiendo confites, frituras, conversando con la tía Jimena, pidiendo más agua a la tía Federica, viendo profundamente a la abuela y pensando… lo que se piensa.

Muerte muerta, sueño soñante, “todo lo que hay es una mariposa”

Ayer me dediqué a juntar textos todo el día. Lo que hago es desplazar parte del cuerpo hacía adelante, y en seguida aparece la hoja del periódico, con unas cuantas notas que someter a consideración. Algunas palabras son más volátiles que otras. Mientras las ligeras se conforman con ser osciladas bajo la merced del viento, las que tienen sobre sí el peso proporcionado ya sea por una piedra unida a su cuerpo mediante un sistema de cuerdas, o que desde su interior hacinan la densidad proporcional a su caos, se mantienen sumergidas en un sopor mineral análogo al de los ajolotes.

La palabra “Ajolote es un gran misterio”, ¿Cuándo podré llegar a reconocerla?

Anfibio urodelo ambistómido, negro y grueso, que vive en algunos lagos mexicanos y norteamericanos (Ambystoma)

Ahora solo puedo pensar en el actuar de Rojo, y todas las palabras que acomodé ayer en envidiables filas, en torrecitas delgadas y en suaves ramas, se me caen como si una fuerza las obligara a ceder su posición. Las veo caer, rodar y podarse. Nunca antes una observación había así constituido parte de mis consideraciones, ni mi mente se había inclinado hacía la aceptación de alguna distracción cualquiera.

Rojo suele dedicarse horas a la contemplación de lo que tiene entre manos, antes de tomar una decisión. La casa está desatendida; no importa cuantos murmullos o manchas imprecisas se vayan apoderando de su perímetro, o se encuentren tomando su interior de azulejos blancos como sus paredes, Rojo no emprende objeción alguna mientras su concentración no se decanta. Alguna vez me ha tocado hacerme acompañar de espeleólogos, de modo obligado para lograr hacerme paso entre los cerros de inmundicia acumulada sobre el techo y en torno al piso.