lunes, 24 de agosto de 2009

Leyendo Metafísica salen recuadros varios:


He visto a la mujer arroparse trémula entre el placer, expandir sus poros para que la luna pueda llover sobre su ella piel inflamada al momento en que la noche se estrella inmensa en los claroscuros de posesa desde donde se quema, desde donde se hace espuma y ceniza. He visto a la mujer, su toda ella. He visto a la mujer, he visto al mar. A cierta altura de la ciudad comienza a intuirse el mar. Sí al ir bajando la capa de gases varios se asienta espesa, cuando se toca la apariencia límpida de más antes, lo que se escucha es un eco que recuerda al mar, se cierran los ojos y está ahí con su oleaje entero. Una voz que ruge, que reclama. Inmersión. Ahí la mujer y el mar, Ahí la suavidad que toma la mano cuando se arroja al fondo de la hoguera salina donde se intenta ser sepultado. Donde se es huésped del agua y de la muerte que se van habitando hasta el silencio líquido de los erizos, hasta la natación dorsal de los peces.

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