Es tan repulsivamente complicado aventurarse a la neutralidad, llenarnos con un espacio vacío, neutro. Escuchar vagamente el viento transmutado en recuerdos que dejamos pasar y no buscamos. Somos seres sufribles, la paradoja de la creación y de la existencia de la felicidad.
Quizá buscamos algo, pero por lo general vemos en un gran conjunto de personas el espejo que muestra nuestra desidia individual. Vagamos en un campo estrecho que no nos muestra la totalidad de las cosas, y preferimos el andar tuerto, la mentira tranquilizadora.
Somos, al parecer, la expresión máxima del sinsentido, cualquier búsqueda parece inútil frente al presente carente de temporalidad y que es sólo una secuencia sorpresiva de instantes repetidos. Nos desacostumbramos de la noción de tiempo, de un tiempo que no ejerce presiones, libre de consecuencias traducidas en estrés y autoflagelación, no anticipamos los momentos y dejamos que asalten nuestra comodidad con lo imprevisto. Y todo porque viajamos a través de dos extremos: el sentido de la búsqueda y el sinsentido de la misma. Pero esta antinomia de sustantivos forma parte de su misma racionalidad, no existe, para el encuentro último y completo del ser, un entendimiento lingüístico, es algo personal, no universal, por tanto, desde que intentamos denunciar como absurdo la previsión, la preocupación por el instante siguiente, entramos en una incapacidad por alcanzar la verdad.
Al final caemos irremediablemente en ser representación, imágenes de nosotros mismos, irrealidades, adaptación al entorno. El espejo de nuestra existencia es quien camina habiéndose apropiado de cada cuerpo, incluso, en una cobardía extrema siente la necesidad de enmascararse, tal vez hasta poder cubrir sus perversiones, sus intenciones libidinosas.
Por estas razones hemos creado palabras como desidia o hipocresía. Básicamente son los mejores pretextos para existir. La desidia acomoda nuestro espacio a la convicción de que lo único que requerimos es comprensión por tanta apatía, la hipocresía se ajusta a la descripción de las personas que-nos-caen-mal. Siempre es mejor moldear la piel a la forma de los clichés, y la sonrisa no es distinta a la que vemos en otro maniquí, las caderas incluso no pueden dejar de balancearse sin el ritmo preestablecido. Y las emociones vienen por etapas, uno aprende a ejercerlas oportunamente, sabe cuándo estar indignado, cuándo enternecido, cuándo enojado o triste, pero detrás siempre está el paradigma común, y es lo único en lo cual pensamos.
Lo interesante de tanta banalidad, es que, con todas estas cavilaciones deja de serlo, y la complejidad se hace evidente. Simplemente somos la materialización de lo complejo, una fachada de simplicidad, por suerte, de tres dimensiones.