domingo, 31 de octubre de 2010

Fabulaciones: Imagen-Tiempo


En el cine siempre había encontrado la oportunidad de mantenerse en silencio sin dejar de pensar. Había estado obsesionado con la imposibilidad de separar pensamiento de palabra, y solo ante las imágenes-movientes de la pantalla, lograba acercarse a aquel estado de gracia, que algunos invocaban desde el ideal ascético, o a partir de un descarado hedonismo. “Yo nunca he…” se dijo, pero apenas se daba cuenta de la gran página en blanco comenzando a ceder parte de sí para dar sustento a los caracteres negros como patas de insectos, desistía, y volvía a sumirse en una reflexión muda a partir de la luz que le hablaba de héroes con sombreros y revólveres, o de el paisaje lentísimo cubierto de niebla que aparecía acompañado de una música eléctrica y tenue, como una presencia fantasmagórica.

Ensayaba una voz gruesa, dotada de vida desde su garganta. Quería sonar igual que Clint Eastwood, con un trozo de cigarro a un lado de la boca, la barba crecida de cierto modo insidioso, y la expresión de hombre duro; pero solo contaba con las palomitas para tratar de convencer a su propia garganta de colaborar sin demasiados reparos.


viernes, 22 de octubre de 2010

D.K. 22B5

El pasillo era largo. Marlene pensó en aquella vieja casa que visitaba de pequeña, vestida con una falda color vino, y el cabello adornado con colgantes que resorteaban como cascadas a cada salto dado para evitar pisar los bordes de las baldosas. El olor húmedo la hacía estar más sensible a esas imágenes; era como si entre sus manos tuviera un libro lleno de pegatinas móviles, reventando los márgenes a voluntad, desbordando los confines de la amarillenta página para instalarse de lleno en sus narices, impulsadas por un instinto de supervivencia. Vagamente acepto, que veía mucho más de lo que podía recordar.

"Estaban también los rincones apartados, tranquilos, donde una se podía retirar a pensar en cosas sencillas, como la mansedumbre de los animalitos en el jardín, o la manera que papá tenía de vernos desde atrás de sus bigotes, como un ratoncito buscando hacernos reír."

martes, 19 de octubre de 2010

Apuntes 19-10-10

El sabor del café tiene una profundidad increíble. Esta frio, y debo aceptar que eso es lo más parecido a un homicidio que puede haber hablando de un vegetal, si consideramos así a las semillas puestas al sol de una planta de frutos blandos y dulces. Creo que lo que quiero decir está más lejos; no se trata solamente de insistir en la culpabilidad que dejo caer sobre mí mismo, de haber permitido a la taza enfriarse terriblemente, como si de algo superficial se tratase. Lo importante aquí está en el aroma, en el cuerpo, en esa permanencia de la sustancia contenida en la taza, que a pesar de llevar unas cuantas horas agonizando, se queda en la altura, como experiencia estática y gustosa. El café Chiapaneco tiene una superioridad palpable sobre lo que se consigue bajo el eufemismo de café lechero y tantas cosas dichas en esta ciudad concreta.

Pero lo que llega a ser materia de percepción es siempre más delgado que el más delgado de los hilos tendidos desde una ventana a otra, para servir de puente o paracaídas que supla la comunicación de los vecinos a la hora del té o del partido de las cinco de la tarde, con el ímpetu naciente del balón movilizado con el pitido del árbitro en el Santiago Bernabéu o en el Jusepe Meatsa, cuando los hinchas –por comenzar a imponer el hispamerikano como moneda de comunión con los restos del absoluto enredándose en las ramas de nuestra noche-, gritan el nombre del club amado desde su tierna infancia o apologética adolescencia, y sienten el calor de los movimientos en el campo, como una especie de danza nupcial anunciando el erotismo abierto cual libro, al interior de las sábanas de Pakistán o Akapulko. Entonces lo que percibo son mis manos que escriben, y el Yo que construyo se va narrando en la acción de dejar caer el peso de mi cuerpo sobre sí mismo, asentando el tacto en la silla, y en los bordes de una computadora; con respecto al aire, logro emitir un sonido, que llega de retache a los centros de audición a los costados de lo que considero mi cabeza, y es ahí donde fraguan la imagen, siempre parcial e icónica, blandiendo un argumento cerrado, esquivo, pretendiendo asegurar una identidad.