martes, 19 de octubre de 2010

Apuntes 19-10-10

El sabor del café tiene una profundidad increíble. Esta frio, y debo aceptar que eso es lo más parecido a un homicidio que puede haber hablando de un vegetal, si consideramos así a las semillas puestas al sol de una planta de frutos blandos y dulces. Creo que lo que quiero decir está más lejos; no se trata solamente de insistir en la culpabilidad que dejo caer sobre mí mismo, de haber permitido a la taza enfriarse terriblemente, como si de algo superficial se tratase. Lo importante aquí está en el aroma, en el cuerpo, en esa permanencia de la sustancia contenida en la taza, que a pesar de llevar unas cuantas horas agonizando, se queda en la altura, como experiencia estática y gustosa. El café Chiapaneco tiene una superioridad palpable sobre lo que se consigue bajo el eufemismo de café lechero y tantas cosas dichas en esta ciudad concreta.

Pero lo que llega a ser materia de percepción es siempre más delgado que el más delgado de los hilos tendidos desde una ventana a otra, para servir de puente o paracaídas que supla la comunicación de los vecinos a la hora del té o del partido de las cinco de la tarde, con el ímpetu naciente del balón movilizado con el pitido del árbitro en el Santiago Bernabéu o en el Jusepe Meatsa, cuando los hinchas –por comenzar a imponer el hispamerikano como moneda de comunión con los restos del absoluto enredándose en las ramas de nuestra noche-, gritan el nombre del club amado desde su tierna infancia o apologética adolescencia, y sienten el calor de los movimientos en el campo, como una especie de danza nupcial anunciando el erotismo abierto cual libro, al interior de las sábanas de Pakistán o Akapulko. Entonces lo que percibo son mis manos que escriben, y el Yo que construyo se va narrando en la acción de dejar caer el peso de mi cuerpo sobre sí mismo, asentando el tacto en la silla, y en los bordes de una computadora; con respecto al aire, logro emitir un sonido, que llega de retache a los centros de audición a los costados de lo que considero mi cabeza, y es ahí donde fraguan la imagen, siempre parcial e icónica, blandiendo un argumento cerrado, esquivo, pretendiendo asegurar una identidad.

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