sábado, 30 de enero de 2010

“Nos decían los viejos cirujanos que había que observar el signo de las estrellas, su dinámica antigua y luminosa, antes de trizar el vientre del hombre y romper su fulgor en piececitas; El hecho de haber nacido Leo con ascendencia en Piscis y signos uránicos a flor de aura, influía directamente sobre el ritmo que había que aplicar al bisturí (o sucedaneo) y determinaba también el punto que había que considerar como acceso al cuerpo, llegando incluso a postergar la exploración si la marea resultaba poco propicia.

Hoy en día la seguridad es alimentada por las máquinas de cálculos, que examinan ángulos de penetración, fuerza y empuje, desviando la fe de las regiones celestes, a las manos del Homo Fabris: Yo fetichizo una empresa robótica; pero atender al cuerpo no es lo mismo que atender al hombre. El Allis Vivere parece hablar de un carne para adentro, sin cuidar de los rasgos otrora esenciales y prioritarios”

(Efigenio Bacardi. Los días y los trabajos)

martes, 19 de enero de 2010

Mira que luces, había dicho ella, antes de perderse en un mar de insomnios provenientes de lo profundo de las casas vecinas, resumando rastros de alcohol que adquirían vida propia al tiempo que se llenaban de alguna clase de personalidad que las hacía viscosas al tacto. De pequeña amaba los juegos de luces. Cada época del año que presentaba flores fugaces en su menú, era motivo de entusiasmo por parte de la pequeña, quien apuraba a los padres al momento de dirigirlos hacia el lugar escogido para el espectáculo de esa noche. La vez anterior había sido un judas rechoncho con aspecto del político de moda. El primer lugar en la elección de los jueces representaba cuanto poder fáctico poseía para general revuelo. A la primera llama prendían rete bonito, y la pequeña dormía profundamente al llegar a casa, con toda la tranquilidad del mundo.

martes, 12 de enero de 2010

Un poema sobre el Café Juana Inés (casi casi en la esquina de Isabel la Católica e Izazaga... pregunten por Dalia, linda chica)

y un orden puro, como el de la noche,
en torno de las mesas se construye.
R.B.N.

Ella no lo sabe, pero sin saberlo,
conoce el origen líquido de los reflejos
y cuando atinadamente toma
la taza entre sus dedos, un orden confuso
(como el de las hojas cuando caen del árbol
sobre ese preciso lugar en la banqueta)
en torno de las tazas se construye.

Ella no puedo saberlo, pero aún si lo supiera,
el más grave rumor de su camino,
cuando precisamente truenan las hojas que ella pisa,
líquidamente evoca (como repite a veces
el oscuro patetismo de los cellos
ciertos rincones de un parque por la noche)
el reflejo justo que me observa al fondo de la taza.

Ella lo sabe sin saberlo, pero aún si lo ignorara,
su paso va sembrando árboles hueledenoche
y todas las tazas que ella toca se transforman
en amplias jardineras. Ella no lo sabe, pero yo
la observo entre los platos y cucharas por no poder
saberlo, y un orden confuso, pero luminoso,
en torno de nosotros se construye.

Ella no lo sabe, ella no puede saberlo, pero se abren
parques instantáneos cuando pisa y, sin saberlo,
deja un gusto de café por la mañana entre mis noches.

(para Ros)

lunes, 11 de enero de 2010

El guante

Te miré como se miran las primeras luces del alba, cuando el sueño aun no deja abrir los ojos, y lo que golpea el rostro es una lacerante lengüetaza de sol. El viejo mendigaba debajo de las gradas, con una mano extendida sosteniendo un tazón de peltre raído por el tiempo en proporción al frío actuando en su rostro. “Soy todo rostro” recordé de los hombres inmunes a esas proposiciones climáticas que aconsejan vestir abundante ropa, quienes con la ligereza de algún arbusto creciendo en la montaña, llevan encima su desnudes prístina, sin inmutarse con la lluvia, ni dejarse subvertir por las amenazas del fuego sagrado bajando por la boca de las campanas de la catedral: cavidades tan amplias como los sermones mohosos de la petrificación sacra.

Así que tú estabas por arriba atravesando el portal de la tienda, mientras crepitando la carencia que hacía raer su tazón de peltre, el anciano del portal improvisado frotaba su rostro contra los hombros de la sudadera, proporcionándose algo de confort entre toda aquella fornicación de placeres culinarios, pues a unos cuantos metros, una señora analfabeta vendía unos tamales encumbrada en el vicio del tabaco, y cruzando la calle, en la dirección desde la que había dirigido mis pasos, un puesto de pan abría sus puertas en señal de bienaventuranza. “Buen año para todos” se escuchaba la voz de los locatarios furiosos por la hueste de hormigas que amenazaban con hurtar las porciones ocultas a la vista, cuidando de no torcer la mueca que se habían impregnado en el rostro con la locución de buenos deseos póstumos.

Bajaste bellísima y desnuda, como la parte interior de un libro. Podía leer a diestra varias de las partes de tu anatomía, enlistadas perfectamente en compañía de imágenes ilustrativas. Toda tú eras guante, acusando buena voluntad en la sonrisa esbelta dirigida al hombre en el portal improvisado, a quien le bastó estirar una mano, para acariciar la suave tela del vestido que acababas de comprarte, y sentirse partícipe del paraíso.


sábado, 9 de enero de 2010

· Wadly, de ahí lo que se dice es un misterio. Nos han contado que es un pueblo prácticamente abandonado, donde los minúsculos y escasos habitantes, se congregan en el paradero de autobuses a levantar temor entre los visitantes, mediante el hábito de recibirlos con duras caras inexpresivas; sus rostros despojados de la última gota de líquido, llevan impreso un plano desértico, expresión microcósmica de las grandes llanuras de polvo de estos parajes. Se dice también, con un matiz más adusto, que los jardines de árboles secos que amurallan las partes más externas del pueblo, tienen el mágico atributo de hablar cuando el viento se cuela entre sus raíces dispersas fuera de tierra, los más aventurados aseveran que son cánticos de fantasmas, o invocaciones de alimañas humanoides, los más recatados dicen que solo es el viento.