martes, 19 de enero de 2010

Mira que luces, había dicho ella, antes de perderse en un mar de insomnios provenientes de lo profundo de las casas vecinas, resumando rastros de alcohol que adquirían vida propia al tiempo que se llenaban de alguna clase de personalidad que las hacía viscosas al tacto. De pequeña amaba los juegos de luces. Cada época del año que presentaba flores fugaces en su menú, era motivo de entusiasmo por parte de la pequeña, quien apuraba a los padres al momento de dirigirlos hacia el lugar escogido para el espectáculo de esa noche. La vez anterior había sido un judas rechoncho con aspecto del político de moda. El primer lugar en la elección de los jueces representaba cuanto poder fáctico poseía para general revuelo. A la primera llama prendían rete bonito, y la pequeña dormía profundamente al llegar a casa, con toda la tranquilidad del mundo.

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