miércoles, 30 de enero de 2008

Onírico #1

-Vamos- una palmada en la espalda complementa el impulso de efectuación. Cuadrúpedo avanzar hacia la luz; Luciérnagas de cristal aletean expectantes por el deseo.

Los pensamientos se extienden lentamente hasta cubrir toda la superficie, para una vez alcanzado el tamaño máximo que les es definido de facto, desprenderse como la vieja capa de piel de una serpiente e iniciar su propio periplo.

Fumarolas solares hacen oscilar al agitado itinerario; Golpean con la tranquilidad de un viento taciturno seguro de ir dejando finas cubiertas de polvo que resguardan a los objetos del tiempo. En un hipotético futuro de aparición ante los ojos de un arqueólogo o explorador de ciencia especificada en su particular lenguaje, los ornamentos de la idea conservarán el aspecto que en este presente difuminan por el espacio, en la constancia que dan de si mismos.

El pequeño mamífero se incorpora. Podría decirse que es todo dientes, de nariz a rabo cubierto con incisivos concomitantes. Hay un brillo marfileo por los ángulos que acompañan su cuerpo: extensión de tensos músculos y colmillos, ojos verdes y colmillos, respiración y colmillos.

El vaho informe va concretando una blanda materialidad. Un bosque de flores derretidas sale al paso tras la inhalación de veinticinco unidades astronómicas, confundiendo el avance, propiciando la ejecución de una trayectoria circular que invade el camino, extendiéndose como la hiedra, deformando hendiduras, tomando rocas.

Los pasos se precisan. Atrás una avalancha de recuerdos. Frente a la mirada el desértico paisaje hace turbio el calor; Se forman pequeños torbellinos que van dando vueltas en una mezcla de colores y tonos. Los pies se extienden como saliva fresca; Hay pequeñas gotas de sangre flotando entre su transparencia.

Primero es una mordida con las extremidades, irradiada desde el fondo de un recipiente hipoalergénico. Un minúsculo cuerpo había intentado adelantarse, proyectando una huida bajo la creencia de superioridad vibrátil. En teoría los colores se moverían tanto que la invisibilidad debería cubrirle, instalándose dúctilmente hasta el más candoroso reducto de piel. Ahora que había sido tomado por la espalda, sentía los filos perforando rugosamente su epidermis. La sangre brotaba caliente y jugosa por las tres pequeñas oquedades, y ahí mismo le fue extraída la vida con un poco de presión adicional

Las luciérnagas adquieren un ritmo estroboscópico. La muerte no es cosa sencilla, como la pasta en pequeñas tiras comestibles. El rojo es un todo estallando. Los otros pasos continúan por lo indefinido.

lunes, 28 de enero de 2008

Del terror a las bicicletas de montaña

Los originales recuerdos de la infancia llegan a formarse ente brillos de cromado, y sonido de caucho rodando en las inmediaciones de la casa. Así la curiosidad que en principio irradia los parajes contiguos a la conciencia, transita sin obstáculo por el sistema nervioso en un viaje que la conduce a los rincones más alejados del centro encefálico, dejando en el camino centenares de nuevas poblaciones autónomas como producto de divisiones estratégicas con miras a la colonización total del organismo.

Al crecer, el niño tiene su primer encuentro con ese mundo. Un lenguaje que se ha ido desarrollando como actividad lúdica pasa a formar parte de la frontalidad con que manipulará de ahí en adelante su periferia. Es entonces cuando en medio del regocijo de unos padres orgullosísimos por la capacidad del menor para pronunciar oraciones simples que externan su deseo y ejecutan la distinción de parentesco con que sustantiva a cada uno de sus allegados, surge la primera pregunta insidiosa que hace prorrumpir en llantos a la madre, y enrojecer al padre: -¿Qué es eso?- inquiere el infante mientras señala al exterior directamente hacía un grupo de bicicletas de montaña.

El primer legado (descontando la información genética, que se conforma con la aceptación tácita de su designio) que se deja a los hijos, es un conjunto de nociones morales que lo acompañarán durante toda su vida: –el vehículo de la suprema bondad es un triciclo-



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Imágenes de Carretera #1

Conduciendo en la noche por la empinada carretera, unas cuantas luces pasan de un lado a otro, naciendo al instante por el originario punto de fuga.
Hay un parto de impresiones en la velocidad y el éxtasis colorido que es móvil al exterior. La música calla entre pista y pista de trompeta.
Lejos, más aun de las inmediaciones visibles de esa línea eléctrica que toma vida de la combustión, la oscuridad se cierra con la absoluta determinación de un paraguas. En un primer momento se sacude los despojos de su labor, para en posterior doblarse hasta alcanzar la dimensión exacta del bolsillo de la gabardina en que será introducido.
Es extraño pensar en la nada que aplasta desde lejos al automóvil; tanto o más que la idea de una atmósfera transparente hasta la invisibilidad que se regocija en la presión del contenido de nuestra esfera terrestre.
La nada, la oscuridad, la lluvia que comienza a caer con desgano, la radio que sustituye el swing por la estática: Conducir con los ojos puestos al frente, cuidando la distancia con la línea más externa de la carretera.
De reojo un camión cargado de combustible se va quedando atrás, como un guiño de la relatividad. Yo hago cinco horas a la ciudad, él cuando menos tres veces más. He recordado el viajar de auto stop, una sola ruta, un trazado que cruza el mapa definiendo un trayecto del cual el destino es lo más cierto y lo menos probable.
Once cuarenta y cinco. ¿Cuánto llevo conduciendo?.El kilometraje no ha variado más de diez kilómetros desde la última inspección.
Once cincuenta, la desesperación aumenta. ¿Es la locura inclemente o solo una respiración acelerada?

domingo, 27 de enero de 2008

Frente al espejo ella se pregunta

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Now playing: Banco del Mutuo Soccorso - Dove Sara'
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En el espejo observamos despreocupadamente (o todo lo contrario). Una fotografía nos muestra pseudo-realidades que predisponen, para un pensamiento más curioso, una situación escondida, que trasciende, no está ahí, pero puede crear un interés por conocerla. Sabemos que todo es una pose, un engaño, pero la fotografía tiene sus propios ojos, y de alguna forma somos conscientes de ello, pues podemos hablar de que la escena “nos dice algo”. Maquillarse frente a un retrovisor. Yo supongo para esta singular combinación propiedades marginales muy amplias, en el maquillaje no importa, en el momento en que sólo se ocupa de su ojo derecho, nada más, ni su boca, ni su nariz, al menos no ese instante. Y tal vez la atención viene por etapas, es un ciclo de objetos que no se puede romper; pero el retrovisor apenas la observa a ella, desde la amplitud que tiene para reflejar y ver secretamente, apenas le dedica un espacio a su derecha, ¿o es que ella siente que no hace falta estar al centro? Quizá no quiere descubrirse extensamente y prefiere cerrar los ojos internos y colocar imaginariamente todo lo que no ve de su rostro, suponerle la belleza de siempre. Pero el absurdo acecha en estas elucubraciones sobre una escena que ya sabemos falsa, y es que tal vez ella no nos ve, y mucho menos lo hace el retrovisor, tal vez quien nos ve es Richard Avedon, a través de los ojos de ella que frente al espejo se pregunta… y a través de los ojos de la fotografía. Entonces me pregunto por el sentido de la escena, por lo que el autor busca, pero esto es algo inalcanzable, y si lo fuera, preferiría encontrar un camino diferente, en el que note otras cosas no previstas. Como sea, el juego de la profundidad, me hace ver que nada más es importante, ni siquiera la mujer, todo lo que importa es que el ser de ella está concentrado en un punto, la fotografía y la escena lo aceptan, dejando que sea el centro de atención, y no puedo ver, más que difusamente, que el espejo proviene de una realidad que al menos cree serlo dentro de la imagen.

sábado, 26 de enero de 2008

-#5-

Una incandescencia:

primera respiración de dos reflejos
enguantados e imantados

para el gusto táctil de los amantes

miércoles, 23 de enero de 2008

lunes, 21 de enero de 2008

domingo, 20 de enero de 2008

Mirar

La mirada es una situación inconstante que paradójicamente no titubea, es una variación sucesiva y rápida, pero directa. Podemos encontrar en una mirada precisamente lo que ésta nos transmite, porque aún en su cualidad indiferente, fugaz, encontramos que detrás del objeto que vemos y que, además, potencialmente, nos mira, pasamos desapercibidos en su campo de interés. Pero de nuevo la paradoja: indiferencia (posiblemente no nos ha notado observándolo) y una mirada hacia nosotros. Sus ojos lo revelan: no estamos dentro de ellos, pero nos ve porque nosotros lo vemos, dentro de esa multitud abigarrada nos lanzó un vistazo inconsciente que nos atrajo, nos obligó a la cercanía inevitable, a la apreciación y el juicio, para terminar en la apoteosis o el desdén.

Pero no somos los únicos que observan, y por tanto, nuestro objeto no es a quién todos ven, aun si todos participamos en el mismo panorama visual. La mirada se sitúa entonces en una zona de desbordamiento que nos indica que no es un signo, porque no nos determina como espectadores, pero sí está sujeta a la interpretación en una relación de mutua observación. La co-observación en el arte nos deja crear senderos diferentes, dar nuevos sentidos, terminar una obra, o lo que se dice: darle vida. Recalco, sin embargo, la multiplicidad de miradas, miradas que buscan, que atienden a su satisfacción, que actúan dentro de distintos niveles de comportamiento y a veces quieren ir más allá de los límites de las circunstancias, dejar de apreciar lo evidente, perforar la escena, la melodía, atrapar la combinación de las notas, la expresión corporal, y siempre desde una perspectiva individual que provoca un centro de atención diferente para cada observador.

A veces los ojos nos asaltan, vuelcan contra nosotros la evidente cobardía de ser espectadores tras una cortina irremediablemente raída, condición por la cual hemos sido descubiertos. Y la angustia nos absorbe, volteamos la espalda para huir, o la intriga nos congela, provoca la lucha de miradas, empujando una a la otra, quizá con intenciones de religación, de complicidad, o creando barreras que repelan desdeñosamente a quien atisba, viendo en esta actividad la más cercana posibilidad de una caricia. La mirada no ofrece límites, sino posibilidades, infinidad de cauces que surgen según las personas despegamos los párpados y nos atamos al hilo de la atracción.