lunes, 3 de marzo de 2008

Aun puedo intuirme sentado en esa rectangular mesa de madera, con un plato de angulosas cuatro esquinas conteniendo un postre autoproclamado: “chessecake de chocolate”. Parece extraño a primer golpe de vista, como la mutua y simultanea instauración de algo así insostenible; El secreto que guarda su gestación debe ser la bilingüística forma de hacerse expresar, dando naturaleza anglófona al sujeto, y española al adjetivo. Especulando más me encuentro rodeado de nula noción filológica, y un conocimiento de la gramática cambiando a estado vaporeo.

Parece de lo más probable que el objetivo de fondo para estar aquí, sentado en una de tantas mesas donde familias, hombres o mujeres solos, grupos de amigos, vagabundos, retóricos, etc., etc., comparten una presencia entre luces y ventanas que falsamente tratan de distinguir un dentro de un afuera, sea la pura nulidad de una alternativa a ras de contacto directo.

Hacía donde avanzar, o por qué hacerlo si estamos cómodamente instalados en una suave posición, donde el servicio llega directamente a nosotros, siendo el fuera lo más inestables e impredecible en todo el ámbito celeste, constituyen cuestiones que nadie quiere plantearse e intentan a toda costa de evitar.

Por uno de los cristales aparece la explicación indeseada, o una de ellas. Un ave que me recuerda al pájaro de Murakami parece seguir el legado dando cuerda a este mundo de cenagosa luz aglutinada en la indisposición de su fluir. Esta parado entre las hojas de un pino italiano, moviendo la cabecilla al tiempo que abre y cierra su pico, como invocando una constancia; la mayor belleza esta ahí, entre sus fauces carentes de dientes pero repletas de metafísica, dando sentido a la tambaleante distinción que hace del adentro un sitio apacible, y del afuera un segundo piso del periférico crujiente-crepitante, con bólidos configurando el éxtasis de tanto antropocéntrico montado en su metal.

El gusto del postre es cremoso; se distiende marcando el plato con un fantasma de su presencia que en algún momento también se sumergirá en la nada; el vacío como punto cúspide e inexorable destino al final de la línea que indica en el hipotético 100 trillones de años en el futuro, el tiempo de la extinción de la última estrella visible desde nuestra posición terráquea. El vértigo es la oscuridad absoluta en una noche eterna que antecede a una particular contracción de la galaxia; acto que se detendrá con la formación de un agujero negro.

El ave canta sin que pueda escucharla. Los platos se mueven; chocan con vasos y cubiertos produciendo el sonido cristalino que tiende el aislamiento del exterior. El café se acabó más rápido de lo planeado, y el chocolate cremoso me empalaga por completo.

2 comentarios:

Adolfo Calatayu dijo...

Nada como la angustiosa inquietud de la Nada eh? no es mejor zambullirse de cabeza en una piel tibia,inundada de pecas y curvas insólitas que marea con esa mirada tipo "qué me pensas hacer?"
un gran abrazo amigazo

Tales de Mixcoac dijo...

Sin duda es mucho mejor, pero en esa mesa estaba solo, con un postre demasiado dulce resistiéndose a la degustación. Las ideas se acumulan en un momento así.

Saludos