martes, 28 de abril de 2009

Diálogos Zappáticos / Una partida de ajedrez

La primera vez que Efigenio visitó el Sex Museum de Copenhague ocrruió algo memorable.
No estoy seguro, es decir que no lo recuerdo justo ahora, si fue en la sala con ennegrecidas fotos de clásicos íconos sexuales (sic, con todas las connotaciones del esdrújulo) o en aquella con antiguos juguetes sexuales, donde se encontró nuestro héroe con bigotudo y curioso personaje. De lo que sí estoy seguro pues resulta imposible el olvidarlo, es de que el piso presentaba la curiosidad de alternar mosaicos negros y blancos, exactamente como debe presentarse el tablero del ajedrez.
-Yo soy el Diablo -dijo.
-¡Ah caray! -alcanzó a exclamar Bacardi ante tan inesperada aunque grata circunstancia.
-Sí, querido, no te miento -continuó con un tono calmo y algo grave, como de alguien que ha tomado ya bastante alcohol la noche anterior, o como suponemos que suena la voz de algún cincuentón con clase el sábado por la noche en el California Dancing Club de la colonia Portales-. Sí, sé lo que piensas, pero el diablo no es ya aquel sujeto rojo con cola, tridente y cuernos; no, ahora visto de frac y tomó cognac -dijo, mientras un vaso de cognac aparecía en su mano dejando un ligero rastro de humo. Evidentemente el Diablo citaba a aquel poeta de hace ya casi un siglo, pero cuando Efigenio intentó hacerle notar esta coincidencia, Efigenio siempre amante de las coincidencias y los juegos de buscar diferencias en el periódico, el Chamuco replicó:
-No, ya sé que no es ésta la moda, pero tiene su encanto ¿no cree?
-Ah, eso indudablemente, pero...
-Verás -interrumpió nuevamente el Diablo-, yo sé que tú eres Efigenio E. Bacardi, y sé tu segundo nombre, que te valga esto como prueba.
-Ah bueno, pero...
-No -volvió a interrumpir el Enemigo Malo-, por cierto, detesto el ajedrez. El ajedrez es el juego de Dios, verás. El Diablo jamás juega al ajedrez -aquí sorbio lentamente un trago de cognac sin hacer el menor ruido con su labios-. El ajedrez es el juego de las equivoaciones. Es muy complicado, ¿sabes? Me aburre. Supongamos, digo, los dos más grandes jugadores de ajedrez de la historia, o mejor, un ajedrez prehistórico, es decir, previo al concepto de historia. Es decir, si Dios y yo jugáramos al ajedrez, mal vicio que dejé hace tiempo pese a Sus constantes tentativas, no ganará el más sabio de nosotros, tampoco el más sagaz o ingenioso. No, ganará el que se equivoque menos veces. Si los dos más sabios, sagaces, ingeniosos, en fin, inteligentes de la historia, es decir de la pre-historia, jugáramos al ajedrez, no podría desarrollarse el juego sin que alguno entrara en un error. No se puede ganar el ajedrez siendo bueno, sino siendo menos malo. Ése, querido, verás, es el juego de Dios.
Evidentemente el Diablo estaba citando a aquel otro poeta, pero cuando Efigenio, amante de las citas cultas, no por pedantería sin por sincero amor (aunque todo amor tiene algo de pendante), échandose el cognac de un trago mientras el vaso desaparecía, el Diablo dijo:
-Me gustan las damas. Es un juego sencillo, ves. Es un juego en el que no puedes equivocarte. En una partida de damas entre los dos más grandes jugadores de damás prehistóricos, es decir, yo y tú, querido Efigenio E., ganaría el mejor, no el menos malo. El de la mejor estrategia, el que sabe aprovechar sus propias erramientas y no sólo los errores del otro. No cabe Dios en las damas, verás...
-¡Basta! -exclamó Efigenio colorado de furia-. Nada sabes tú, ni eres tú el diablo. Jamás jugaré contigo inocente embustero. ¡Lárgate ya! Decirte el Diablo y gozar de sus prendas sin saber que mi único vicio es el deporte. Algún día vendrá el Diablo de verás y ya verá, él y toda su prole descendiente de los cielos, y él y Dios y todos verán quién es el más grande jugador de fútbol gaélico -dijo, y volteó los ojos hacia el techo, como si hablara con alguien o muy lejano o muy presente, y continuó:- ¡No hay museo en esta torpe Copenhague en el que quepas, oh viejo y grande Peter Cannavan! ¡No hay museos en este viejo continente para nosotros! -dijo.
Ah y de aquel impostor se cuenta que aún hoy es posible encontrarlo en los museos y en los clubes de baile de la Colonia Portales cargando sus damas y retando al mundo, pero jamás, jamás perdiendo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Han vuelto; extrañaba tanto los diálogos :)

Saludos.

Tales de Mixcoac dijo...

Épico, señor Troyes