viernes, 26 de octubre de 2007

Logos, Logoi, Logos

Los días, las palabras, van tejiendo un enorme entramado que a manera de manta, cubre todo lo extenso del tiempo visible. Su proceder es sencillo. Toman los pequeños pliegues de sus costados, y los dirigen en el trazado de una grácil danza que en cuestión de sucesivos instantes constituye la más acabada forma de esplendor “plánico”:

“Inscripción en la servilleta:
Un instante es una unidad indivisible del devenir histórico, en la cual el tiempo se detiene.Lista de posibles instantes:
1. Cuando un molino de viento se detiene (éste es el más frecuente).
2. Cuando un gato bosteza (especialmente a las 11:54 de una mañana soleada).
3. El momento entre la caída de la gota y la formación de la onda en un charco accidental del Parque de la Conchita.
4. El orgasmo.
5. Al tocar la quinta bemol (ésta es de los más bellos).(Nota personal: investigar sobre otros 5 instantes posibles).”
10 inscripciones en una piedra de Lázaro Aramís De Troyes

Al parecer, y contra todo cuestionamiento posible inspirado en las buenas-costumbres, e instructivos anexos a las servilletas, el verdadero uso de estos cuadritos de papel, es inscribir en ellos indicaciones para la dirección del espíritu, o en el más frecuente [y menos pretencioso] de los casos, textos capaces de generar perplejidades y sonrisas a cambiantes intervalos.
¿Qué otro tipo de cosas cabe localizar en estos instantes? Siempre surgen más y más palabras referentes al logos: en Heráclito, en Platón, en Aristóteles. “El gran Logos vela”; base de la discusión que sostuvieron Etienne y Perico alguna noche de Paris, y que ahora señala con retrospectivo ahínco a los antiguos griegos; Heráclito agarra su hacha, y se dispone a cortar cabezas para saciar su reformador deseo: “Escuchando no a mí si no al Logos hay que afirmar que todas las cosas son uno”. El logos como palabra, como racionalidad, como pensamiento. Vaya distancia milenaria que nos ha dejado solos contra un muro de rojos e incandescentes ladrillos, tiritando de frío entre dos ríos metafísicos de escape: el del Heracliteano devenir conforme al Logos, y el de Oliveira en su lucha contra la palabra y el pretendido orden racional que se trata de vislumbrar en el mundo. Más ríos andan por ahí a espera de ser nadados, pero son ocultados para propiciar el paso a una vida más sencilla, contemplativa, “Beata”. ¿Vale la pena sacrificar los colores, la poesía, los bostezos de gato, los cantos de las bicicletas, el café en la lengua… en pos de la claridad de pensamiento, y la constitución de un inamovible y perfecto estado conforme al Logos? viejo Heráclito, la vida se mueve a ritmo Bebop. Es nuestro deber derribar el muro de rojos ladrillos, con el incisivo repicar de un metálico Saxofón crimsoniano –Starless-, y avanzar hacía el punto en que nos sea posible elegir en que río inmergirnos-sumergirnos, para tras la búsqueda salir con los terrones de leche, o el dulce de guayaba a manos llenas, y acostarnos en la hamaca de la playa, o entre amados brazos, con la satisfacción de un día no desperdiciado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El dulce de guayaba se mueve a ritmos bebop. Lo siento Perico, jamás podrás comprenderlo.