miércoles, 17 de octubre de 2007

De los Usos y Costumbres o la Manera de remembrar Sueños

El último resquicio de un silencio era empaquetado en una pequeña caja de tamaño bolsillo, junto con fósforos y la mitad de un cigarro. Sus ojos bien abiertos estaban dirigidos hacia el horizonte, donde las estrellas difuminaban por el sencillo mecanismo del contraste, las luces de aviones que distantes seguían a ritmo normal la ruta que demarcaba el trayecto a los hangares. Dejó caer los parpados para poner momentáneamente la percepción visual a un lado, y concentrarse en las palabras: palabras que en la mañana había escuchado en los últimos instantes de un sueño y no podía recordar, pese a los continuos intentos, e introspecciones; Trataba primero de retomar los colores, definirlos en la vaguedad de una presencia plástica y mutilada, para en sucesivo dotarles de límite, una forma a la cual avocaran su instantánea existencia.

Cansado se puso de píe. Manera de llevar todo a una lontananza suficiente como para evitar tropezar con ello. El parque estaba repleto de ires y venires bípedos, revestidos de importancia en forma de una falda, mocasines, pantalones de mezclilla u otras presentaciones de productos textiles siempre ropajes. Caminó guardando el necesario cuidado para no pisar las líneas divisoras que denotaban la separación entre piedra y piedra del suelo, divertimento que lo mantenía distraído del esfuerzo reconstructivo al que había avocado su mañana, y lo tenía harto.

El café de la esquina estaba no muy lleno y silencioso, invitación implícita a la que pudo negarse con nulo éxito. Primero un paso, a continuación otro; listo: Totalmente a bordo del paralelepípedo oscuro de donde brotaba el estimulante olor de la tostadora, y que resultaba animado por el ruido de la maquina moledora, que dispersaba partículas de aquella sustancia que tanto se echaba de menos en otros lugares.

Por que en verdad era difícil encontrar un sitio donde la esperada mezcla no resultara un brebaje ligeramente coloreado y en extremo líquido, incapaz de evocar los recuerdos de la infancia pasada en la cocina de la abuela, con el overol puesto hasta arriba, o los despertares con la mujer paracaídas digna de enunciaciones posteriores y que por ahora mantendremos en suspenso…

Ordenó un expreso cortado, prueba de calidad que consideraba indispensable, y sacó el libro del bolsillo del pantalón; aprovechando de paso estirando un poco más los dedos, para tomar la cajita con el silencio, los fósforos, y la mitad del cigarro, de la cual extrajo uno de los segundos, y el tercero, para fumar en lo que hojeaba las páginas precisas que buscaba. Nuevamente ponía atención en las palabras, pero ahora de índole distinta, letras que reposaban impresas sobre la superficie blanca de papel, hojas que posibilitaban el movimiento físico de las oraciones, párrafos, en un acto capaz de conmover el espacio…

2 comentarios:

Tahuantinsuyo dijo...

Me recuerda los viejos pasos con pretensiones de crítica implacable, aunque guiados más bien por un sentimiento más inofensivo. Muy buena manera de recordar esos momentos.
Saludos al buen Tales (de Mixcoac, para no caer en confusión)

Anónimo dijo...

Sí!!!! Cómo se extrañan unos granos de café, sobre todo en este lugar en el que son de mala calidad.