jueves, 6 de diciembre de 2007

Un inesperado encuentro

La mujer observaba todo cuanto alrededor de ella ocurría. Sus pequeños ojos de libélula se desplazaban con la modestia del cadmio, para no causar extrañeza en cualquiera que incidentalmente posara su mirada en ese par de tornasoles violeta, e intuyera la avidez que su dueña tenía por localizar a cierta persona entre la muchedumbre.

Una lentitud de siglos atrás yacía asentada en la mayoría de los edificios de aquel parque central; la parsimonia de siglos venideros solo se dejaba apreciar por el volar de las palomas, encargadas siempre de llevar el cálculo del tiempo exacto con el curioso movimiento de su cuello, que le hacia recordar el murmullo de las velas en las noches de insomnio, tiempo que aprovechaba para jugar con sombras, y matizar su habitación con la calidez que infundía el arder de la cera.

Sentada en una banca, el frió ingresaba por cada uno de sus poros, haciéndola tiritar de vez en vez. Ella soplaba dulcemente entre sus manos enguantadas, y las frotaba.

La construcción blanca erguida frente a ella tenía un aspecto descuidado, en el pasado había estado habilitada como oficinas municipales. Llena de burócratas en pleno apogeo de la esperanza que suscitaba la llegada de la democracia, había visto desfilar en su interior hordas de personas de los más variados colores, y accionares políticos.

Todo esto lo ignoraba, mientras frotaba sus manos enguantadas, e imaginaba la estatua del gran cirujano construido sobre una jardinera, como la efigie de un ídolo, inclusive una divinidad griega. De alguna manera aquel acabado cromado le hacía pensar en Delfos; nunca había visto una representación o intuición mórfica de las intérpretes del oráculo, pero sin duda no debieron ser muy distintas de aquel hombre, que salvo por el atuendo, era sin duda idéntico a aquellas pitonisas que entraban en estados caracterizados por convulsiones que Dostoievsky habría descrito como “endemoniados”; Parecía ser cuestión de acercarse unos pasos y apretar ligeramente su rígida mano izquierda, para que el galimatías se hiciera presente, generando perplejidad en abogados, mujeres, y leves niños por igual.

Alguien tocó su hombro
[Inevitable sonrisa]
-Efigenio

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