lunes, 31 de diciembre de 2007

Huevo Frito

Un Árbol de viva voz crece sobre el muro insondable junto al risco. Las rocas se sueltan en ocasiones del desquebrajado cerro y ruedan lentamente por las laderas hasta contactar la tierra seca del valle.

Todas las mañanas, mientras espera ansiosamente la llegada de su mujer con los huevos fritos indispensables para satisfacer la lista de actos contenida en su previo recuento del día, observa ese espectáculo del tiempo, del devenir material.

El comedor tiene las paredes pintadas de blanco, con una enorme ventana posicionada en dirección de la montaña. La comida siempre caliente, servida en un plato de porcelana, se coloca sobre la mesa en el momento exacto.

Ya mencionada, la mesa es de encino, cubierta con un mantel blanco y puntitos rojos, fue el regalote bodas de su madre. Uno de esos días tendría el hombre que hacerle una visita; viuda desde hace un par de años, la anciana va perdiendo fuerzas cada día, quedando solo como una imagen fantasmagórica o una impregnación traslucida en un cristal la otrora realidad de aquella mujer vendedora de flores.

El huevo frito es posicionado en tiempo, temperatura y espacio predispuestos. Una sonrisa se instala en ese rostro.

Pensemos en el huevo: cáscara blanca, clara transparente, yema preferentemente amarilla. Puede proceder de cualquier animal ovíparo, pero en este caso la predilección del sujeto nos lleva a definirlo como de gallina.

El paso de minutos consume el huevo, otro día pasa, no por si mismo, si no a través de estos cuerpos desgastados.

El cerro se desmorona, diariamente ruedan rocas por sus laderas, dejando un cada vez mas alto montón de piedras. La ventana de la cocina muestra, casi gritando, la transformación del paisaje.

Un hombre gárgola sentado frente a una mesa espera sus huevos fritos con impaciencia.

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