lunes, 24 de diciembre de 2007

Ciudad de la prosapia; los colores implantados en el cielo como pequeñas variaciones de un originario murmullo. Los mensajes se codifican en series numéricas, que hacen pensar en largas combinatorias aritméticas, o en el dodecafonismo del siglo XX, todo con afán de dar a oír las palabras lo más musicalmente posible.

Pierre Schaeffer

Pierre Schaeffer

Pierre Schaeffer

Concretar cuando es posible la serie de eventualidades circundantes; por que la ciudad es un enorme contenedor de toda clase de sopas, y menjurjes aromáticos.

No bastaba hablar de Anton Weber en esos instantes del día, por eso Pierre Schaeffer acudía al rescate con la acentuación del futurismo, que extendía sus líneas paralelas al infinito espacial de los intonarumori; hasta alcanzar lontananzas propias de la música concreta.

Ruth tomaba vodka con un poco de hielo, cuidando de que sus papilas gustativas percibieran cada molécula de sabor acumulado en la fermentación del centeno y su posterior disolución en agua. La noche lucía iluminada desde dentro, como con una gran fuerza vibrátil producida con el girar de un dínamo celestial a vertiginoso ritmo. La consonancia entre la música recién acomodada en el reproductor con arte de cirujano y aquella desbordante imagen que se consumía a si misma con la grandeza de su evocación, más que coincidencia había sido resultado del profundo actuar de una imaginación desacostumbrada a acatar convencionalismos y demás condicionamientos gregarios.

Alex de pié con un libro posado en sus manos, cuya disposición representaba a la perfección a una mariposa de enormes alas tendidas de par en par como homenaje a esa cúspide, a ese monumento nocturnal de la reverencia que venía de lo lejos con la música y el alcohol, leyó unas cuantas líneas de Maldororor:

“Si tienes una pronunciada inclinación por el caramelo (admirable farsa de la naturaleza), a nadie le parecerá un crimen; pero aquellos cuya inteligencia, más enérgica y capaz de mayores cosas, prefiere la pimienta y el arsénico, tienen buenas razones para actuar de ese modo, sin tener la intención de imponer su pacífico dominio a quienes tiemblan de miedo ante una musaraña o la parlante expresión de la superficie de un cubo.”

Rodaron los terrones de leche por toda la mesa, volatilizando pequeñas partículas de glass aturronado, mientras las locomotoras de Schaeffer sonaban atrás, provenientes de un pasado en que la tecnología se montaba sobre una enorme tarima para develarnos un prospero devenir, que al final de cuentas resultó todo lo contrario; ironías de costumbre con las que el hombre se topa apenas adquiere ideas de grandeza o un aire de soberana importancia.

“Monumento a la indiferencia” resonaba en sus pensamientos acostumbrados a vuelos más parsimoniosos, menos incendiarios. Lo peor era el sentido que esa frase adquiría al colarse entre ellos, tendiendo un puente inútil con el cual cruzaban a la posición que pretendían propicia, o infinitamente grata, para proceder desde ahí a la demolición eventual del estado de cosas.

-Positivamente-dije en un momento, escuchándose mí voz resonar por la habitación

Una expresión de duda apareció en el rostro de Ruth, como si la palabra hubiera encajado en una predestinación de su subconsciente. Entrecerró los ojos, y siguió bebiendo hasta consumir el contenido de su vaso. Lucía particularmente bella con las pestañas resaltando en esas esferas entornadas de claro color, tan vistosas en su fisonomía fácilmente caladora de interiores. Muchos hombre habían muerto de amor por la ilusión de posar su boca en esos labios, que ahora se apretaban uno contra otro, como no queriendo decir lo inexorable, la razón de que estuviéramos reunidos en ese preciso lugar compartiendo unas copas, un mismo aire, la música, la tenue y cálida luz, el calor del interior de la habitación.

-Es tiempo- dijo

Previendo la señal habíame incorporado con todas las cosas al hombro. Frotaba cadenciosamente mis manos mientras silbaba el estribillo de Starless. Me aproximé a la puerta y sentí unos brazos rodeándome.

-Adiós.

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