sábado, 17 de noviembre de 2007

De las aves en Skagen

Era el lugar donde la mar se rompe y era de tarde. Un viento helado como cuchillo de carnicero hería los rostros de los turistas, rostros tantos como gotas de agua en el mar hasta su borde. Entre todo eso, éramos sólo dos F y yo. Y F y yo nos dimos a la carrera, y nos dimos contra un viento helado de cuchilla a la batalla, en busca del final del mundo.

Tomamos nuestras manos, F y yo, como si ésa fuera la condición más necesaria para el origen de la tarde, ignorando si hay mar al final del mundo o si hay mar al final del viento, pero con la seguridad apretando entre las manos de que la carrera vale la caída, de que la carrera vale para el frío y de que el último en llegar invita las bebidas al regreso.

¿Cómo recordar ahora los helados desenvaines del viento contra nuestros párpados y la arena entre los ojos? Era el lugar donde la mar se rompe y era un frío digno del infierno, pero F y yo corríamos y el agua, la sal entre los ojos y las pestañas nuestras como guillotinas, no sé si recordarlas como el viento, pues con el viento volaron, ni sé si nuestras huellas permanecen.

Ni sé si es cierto pero creo que el viento nos lisió esa tarde, pues aunque llegamos al final, a la orilla de los mares, nunca he vuelto a correr, ni F puede recordarlo, y en el lugar donde la mar se rompe, algunas aves no saben nadar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Recuerdo una tienda de aborretes en el camino que lleva a la punta de Skagen. Alguna vez el agua amenazó hasta lo más íntimo de mis aborretes. Comprendo la carrera contra el viento, todos aquí corremos contra el viento.