martes, 19 de febrero de 2008

Noche

Tras bajar del camión que seguiría su curso durante calles y calles que miden el tiempo no en la regularidad de una convención basada en la subdivisión de la percepción psicológica de los eventos, si no en distancias cruzadas con más o menos ímpetu nocturno, doy los primeros pasos entre la luz eléctrica que hace brillar las rocas circundantes.

Las estrellas, ocultas tras la incandescencia que la urbe proyecta en el cielo, a la vez que veladas por una capa de material gaseoso, atestiguan lo milenario y utópico de la ciudad, plagada de objetos ubicados en una posición errónea o redundante.

-La inspiración está en la rosa de los vientos- dice la cajita con un brío jocoso.

No puedo más que reír, primero sigilosamente, después a carcajadas cayendo al suelo en un acto convulso. Los pies se mueven pedaleando, las manos toman la panza que comienza a doler de tanta contracción.

Unas cuantas personas se reúnen para contemplar el aparente acto circense; La anciana del grupo enarbola un bastón, copiando el ademán de la villana de su novela favorita. Al unísono el hombre de corbata roja mira su reloj señalando al vacío en su omnipresencia, y exhortando a la cordura.

Desahogado el influjo demoledor, me reincorporo dejando unos cuantos gramos en el suelo, asidos a la perfección de las hormigas noctámbulas. La gente se disgrega como mantequilla.

-Tú siempre me haces estas cosas- reclamo a la responsable de la manifestación heterodoxa, señalándola con la pestaña superior izquierda.

En mutuo silencio, por los efectos del reciente encuentro incomprendido, me sumerjo entre las sombras del verdor arbóreo de ramas aúricas bajo el influjo de las casas. Así el trayecto destila humo de certidumbre prístina, llevándome sin sobresaltos al puesto de comida sobre la acera paralela a los departamentos.

Invoco la tregua, pues el instante ha pasado, y además frente a un local donde venden pambasos no se puede esta enojado con la cajita.

-Uno para llevar, por favor- decimos en tono discreto.

-¿Con todo?- exclama la vendedora envolviéndonos en extraña familiaridad

-Si, por favor

La salsa roja rodea al pan relleno de papas con chorizo, crema, mucha lechuga, y una sabana de salsa verde. Los pambasos son ambrosía; alimento al que Platón habría consagrado un diálogo entero de haberlo conocido.

Con la bolsa empañada por el calor de su contenido, camino a casa, bordeando el humo de las tiendas y taquerias contiguas a mí ubicación. Múltiples perros de sonrisa característica y fieros colmillos, juguetean con pelotas, o satisfacen sus necesidades de excreción ante la supervisión de sus dueños.

Esquivando algunos insalbables trozos de grietas en el suelo, asomándome a la superficie de las hojas meditabundas de una primavera en gestación, exhalando el aire con la misma voracidad que lo ingiero en el acto de vivir, llego a casa sin notar la univocidad en que la cajita y yo nos hemos sumido por esa eternidad coloreada.

Al abrir la puerta accedo a una iluminación bombeada desde el centro de un balón o libro de poesía de exaltadas palabras. El tiempo todo está aquí, sobre esta máquina blanda que palpita.

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