domingo, 27 de abril de 2008

Desde la percepción de infinitas posibilidades tonales

Querida alma: viejo continente por descubrir al ritmo del jazz, impregnado del sabor dulcemente amargo de la ilusión melómana de persuadir a través de sonidos transparentes y trascendentales.

Cada vez que te percibo escuchando la misma voz femenina comparto tu satisfacción, la dejadez del vacío que obliga la secuencia exacta, precisa, oportuna.

Una vez más las notas se suceden unas a otras en desorden extraordinario, como si fueran libres, y la pasión de la misma voz se vuelve un lamento brillante que te impulsa a volverte a tu pueril madurez de impresionabilidad, a un grado de simpleza y complejidad que comparten un mismo espacio al mismo tiempo.

Cada compás se vuelve parte de un sendero que la mente debe seguir.

Mis ojos se vuelven hacia mi interior, hacia ti; la sorpresiva forma de combinar sonidos te induce ese impulso de hacer que los párpados recorran su trayectoria hasta encender la mansa oscuridad.

La voz, las notas, tú, somos uno mismo; y de nuevo, te llena de satisfacción ver la inmensidad de las posibilidades tonales que penetran en tu conciencia.

Nuestro nuevo lenguaje: sentimientos, fonemas melódicos aunados a la mirada y al movimiento de esquemas ideológicos impresos en cada universo acústico: stacatto, una fuga, un crescendo, una serie de voces que confunden pero que provocan nuevas concepciones.

Y de nuevo, ritmos tan distintos se presentan en cada oído; en un entorno distinto, físicamente invisible pero perceptible, se tornan de mil formas como estrellas en el cosmos. ¡Alabada sea la infinidad! Nuestro cuerpo se vuelve un ente inmaterial flotando en un pentagrama inmenso, y cada nota como olas de mar arrastran el espíritu a cualquier ánimo: donde el espíritu trasciende, donde viajamos a través de planetas, donde vemos el final como la puerta hacia una serie interminable de finales con nuevas aperturas; la vida se vuelve intermitente y eterna, la sentimos liberada transcurriendo sobre los ecos de un pasado siempre presente, aprendiendo a atesorar sonidos.

La melodía nocturna continúa hasta siempre, para volverse de nuevo (pero distinta) la secuencia exacta, precisa, oportuna.

¿Cómo caminar sobre un vacío onírico?

Salpicando las nubes, revolviendo la carne.

Construyes entonces un mundo de alternativas,

De sonidos graves, de desperdicios lingüísticos.

Qué manera de sobrellevar la ligereza:

Dedicando frases porosas sobre un pedestal,

Escupiendo febrilmente sobre los rostros.

Caminando sobre tus amputaciones imperceptibles

Y enormes proporciones de colesterol en el cerebro.

1 comentario:

Tales de Mixcoac dijo...

Las emotividades nos dominan.
Me gustó sobre todo el final con acentuación lípida

-Wikipedia: «colesterol» procede del griego kole (bilis) y stereos (sólido), por haberse identificado por primera vez en los cálculos de la vesícula biliar por Michel Eugène Chevreul quien le dio el nombre de «colesterina».

Saludos