miércoles, 7 de mayo de 2008

Como todos los días, lo primero entra por los zapatos, no por ser estos un contacto inicial con lo cíclico, si no por ostentarse como extensión del sueño que se va rumiando cuando los pasos para llegar del pasillo al baño son inciertos con toda esa agua desbordada desde quien sabe donde, y no importa si la piel tan finamente trabajada del número veintiséis se arruina, pues uno logra mantener el cerco suficientemente alto e impermeable para que los pies no experimenten las espinas o el fuego del agua desparramada como cáscara intrascendente, siendo eso lo importante, pues la materia puede cambiarse o reembolsarse argumentando silencio o sobriedad, mientras que las figuras proyectadas al interior de los párpados que se encuentran sostenidas por solo unos hilitos no volverán si se disipan , articulándose una pena por no poder haber permanecido más tiempo disfrutando de aquello; pronto el origen del siniestro estanque se desdibuja entre una ráfaga de voraces gotas extendidas por el concentro, descubriendo que no hay más que girar la perilla para detener aquello, pero con la cabeza pesada bajo el manto que aun se cree entre galaxias más viejas que lo terráqueo, el cuerpo ejecuta el movimiento contrario aconteciendo el sobregiro del expendedor que pronto inaugura una cabina mortuoria con un cuerpo que esboza una sonrisa tras ver en los fragmentos de sueño como rehiletes la figura de su gran escape y ya no hay por que preocuparse.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Como relatos matinales...

Tales de Mixcoac dijo...

Son indispensables