sábado, 11 de septiembre de 2010

Quería ponerme a pensar en ti, de ese modo
profético

jueves, 29 de julio de 2010

I

El Viejo tenía la costumbre de arrastrar las palabras más de la cuenta; escucharlo era muchas veces parecido a la experiencia de acercar la oreja al motor de un carro, para abstraer del movimiento de cilindros y fluidos metálicos, algo como un eco capaz de comunicar sus estados más profundos e inconfesables. Debo decirlo, El Viejo no era una persona del tipo que puede considerarse inteligente; ni siquiera utilizando estándares bastante holgados para juzgar sus palabras, se conseguía colar al repertorio de sus conversaciones una sola idea que fuera juzgada como luminosa, o mínimamente ubicua. Había desde esta perspectiva, motivos de falta para lograr aceptar su pertenencia al grupo. Sin embargo, poseía una habilidad capaz de consagrarlo en los anales de la historia, como individuo de genialidad incomprendida: Usaba el cuchillo como nadie.

Puedo argüir para dar talla a la explicación, que era primogénito de una familia de carniceros. Cinco generaciones dedicadas a hacer del fluir del metal sobre la máquina blanda, tanto una actividad lucrativa como un arte. Sin embargo, El viejo había dejado el camino que le exigía el abolengo, cuando embarazó a su primera mujer, y huyó con ella jurando amor eterno, solo para abandonarla un par de años después, con el hijo, empapado en sus propias lágrimas, en el andén melancólico y húmedo de una terminal del Distrito. Desde entonces, liberado tanto del yugo paterno, como de los compromisos conyugales, hizo lo que mejor sabía: caminar. Fue así como lo encontramos, con los zapatos desgastados más de la cuenta y una expresión desenfadada.

martes, 20 de julio de 2010

Para cuando el gallo comenzó a cantar algo así como la forma de sus plumas, o la inclinación de la parte superior de su cabeza, ya estaba decidido. Había que conservar al animal, con el cual nos habíamos encariñado de tal modo, que sería invocar la melancolía el despejar su cabeza con un corte seco, justo después de colgarlo boca abajo para concentrar la sangre, y hacerla lucir como un higo, repleto de un néctar indecible. Coyote ofició la ceremonia; tocó una trompeta al tiempo que despejaba un tramo de tierra de las malezas ampliamente arraigadas sobre su vientre, para colocar unas pequeñas vigas, e instalar la jaula para el animal.

jueves, 15 de julio de 2010

¡No se lo pierda!

A riesgo de ser tachados de anticuadamente longos y previamente perecederos –acusación esta bastante frecuente pese a la ridícula inadecuación de sus adjetivos–, los miembros más gallardos del Comité Sindicacional de Narradores y Cronistas de la Vida y Obra, Hechos y Dichos, Proezas y Milagros de Efigenio E. Bacardi (EEBLWFSAMSCNC por sus siglas en inglés) abren al público un nuevo espacio de investigación y aprendizaje, divertimento y contemplación, con lo mejor y sólamente lo mejor de la vida y obra, hechos y dichos, proezas y milagos de Efigenio E. Bacardi, con comentarios originales y un profundo análizis avalado por cronistas internacionales.
No puede perdérselo en:

www.efigeniobacardibestof.blogspot.com

martes, 13 de abril de 2010

Otra vez Tarumba

La primera lluvia del año moja las calles. Me doy cuenta, Tarumba, que no solo es la yerbabuena la que crece alta de puro beber el cielo, es también el mundo, no esa pequeña isla sobre el monte, sino la tierra con todo y su maquinaria de soles, la respirante pausada, que se inquieta a entregas, marchitando suspiros, floreciendo humedades de ojo alegre, llenando los instantes, los hombros, la cabeza, el cuerpo entero a manos llenas, a carretadas de música, a deslices de insomnio.

No puedo dormir, Tarumba, si traigo la boca seca. Necesito ir al mar; montar a caballo hasta el mar, para toparme con mi deseo que solo quiere mirar y mirar. Ay, Tarumba, por mirar el hogar, los pasos de mi infancia, la brisa en la casa del abuelo, las matas altas donde canturreaban los pájaros, no puedo dejar de seguir al mar.

Hay un niño Celestino por ahí, que nunca pudo verlo, y lo soñó poco antes de perderse del todo, y lo que halló fue el espejo de su propia ausencia; yo, que se como buscar, voy sin miedo, por que se que hallaré mi deseo y su sed, mi sed y su deseo. Gracias por el agua alegre, Tarumba, y por enseñarme a llover con tormenta o con sol.

Una vez vi a Sabines por televisión. Era un hombre mayor, de cabello cano y bigote en simetría con sus anteojos. El aparato de su voz resonaba cálido mientras leía poemas. Estaba en Bellas Artes, y Tarumba no aparecía en sus palabras, pero sí en el aire, rescatando las gradas perdidas de la atmósfera, para devolver calor al contacto del mármol.

Sabines tan mayor, y yo una pequeña. La verdad no lo vi; pero me contaron y es como si hubiera estado sentada en la sala, junto a la intensidad de la reverencia atenta y respetuosa, escuchándolo entonar su voz de viejito y yo adormilada por palabrasa raras, soñando no se que Tararuí, tuí, tuí de la tía luna sonando como una trompeta. Desde entonces me arroparon los árboles y los caballos, y ya vengo con la poesía en el vientre, diciendo los espacios entre palabras y cosas.

lunes, 12 de abril de 2010

La mesura del desuso

Volviendo a la idea de escribir manuales, que olvidando todo empeño cortical por sistematizar a través del doble viraje centrípeto-centrífugo de los estímulos eléctricos del sistema nervioso, los actos que necesitan de la conciencia, reduciéndolos a movimientos reflejos (ligeros brillos de la materia inorgánica, esbozos de automatismo), he aquí un impulso en la dirección contraria: la de la libre creación de actos que redunden lo obvio o lo menos inmediato, hasta dotarlo de una sonrisa de esas que escapan de los ancianos cuando recuerdan alguna travesura de la infancia, o algún desliz entre los cuerpos de estudiantes que descubrían su sexualidad mediante juegos litúrgicos y místicos.


Manual de ejercicios:

Tome su muñeca como si fuera la última vez que recibe un impulso eléctrico en el vientre. Soporte, contra todo vapor remontando una montaña, la mordedura de las ranas y los alacranes. Siéntase seguro al momento de ponerse el sombrero, sin importar el enjambre de pirañas o sanguijuelas o ligeros mosquitos, asentados en la alberca provisoria de su copa. Del mismo modo, al colocarse la corbata tan meticulosamente elegida en base a estudios de color y poetomancía, piense en el patíbulo como la mejor opción para promover su figura a bajo costo; recuerde que el desuso de los antiguos nudos a prueba de fugas podría haberlo condenado a una ráfaga consonante de vehículos desmotorizados que pretenderían atravesar su blanda carne como bólidos fuera de control. Sonría entonces, cuidando de no torcer demasiado las comisuras, a cuya aparición corre el riesgo de lucir poco cordial con el público y los verdugos. Lleve siempre en la bolsa un reloj a prueba de balas y un chaleco a prueba de agua, en ambos casos usted lucirá impecable bajo la circunstancia específica que permita ostentar cada uno de estos dispositivos: si le colocan zapatos de cemento para hundirlo al más puro estilo de la vieja máquina del crimen organizado, su cuerpo no flotara ni se desproporcionara sobre la acción de los fluidos gases acumulados; la tela sin mangas sobre su camisa hará el trabajo. En cuanto a la otra situación, nada como un buen tic tac sustituyendo el ritmo del corazón en el cadáver, para hacerlo lucir imbatible, como de otro mundo. Recuerde, la disidencia política requiere de exactos entrenamientos que lo ayuden a resistir las posibles consecuencias.




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Now playing: Talking Heads - Live in Rome 1980 - 02 Stay Hungry
via FoxyTunes

"Alguna vez soñé con convertirme en una de esas lujosas marionetas de los sueños de Ubú" Nos dice Efigenio, en una nota al pie de página de su más reciente libro. Lo curioso de la declaración, más allá del contenido de la misma (sobre todo, conociendo la predilección del autor por la obra de Jarry) , es el contexto al que es referido. Mientras en el cuerpo del texto, se comenta una nota periodística referente a los tristes suceso de Ciudad Juarez, la digresión nos lleva a un mundo de fantasía, donde acaso tal vez un día, la inversión epistémica dote de sentido los actos de barbarie.