martes, 13 de abril de 2010

Otra vez Tarumba

La primera lluvia del año moja las calles. Me doy cuenta, Tarumba, que no solo es la yerbabuena la que crece alta de puro beber el cielo, es también el mundo, no esa pequeña isla sobre el monte, sino la tierra con todo y su maquinaria de soles, la respirante pausada, que se inquieta a entregas, marchitando suspiros, floreciendo humedades de ojo alegre, llenando los instantes, los hombros, la cabeza, el cuerpo entero a manos llenas, a carretadas de música, a deslices de insomnio.

No puedo dormir, Tarumba, si traigo la boca seca. Necesito ir al mar; montar a caballo hasta el mar, para toparme con mi deseo que solo quiere mirar y mirar. Ay, Tarumba, por mirar el hogar, los pasos de mi infancia, la brisa en la casa del abuelo, las matas altas donde canturreaban los pájaros, no puedo dejar de seguir al mar.

Hay un niño Celestino por ahí, que nunca pudo verlo, y lo soñó poco antes de perderse del todo, y lo que halló fue el espejo de su propia ausencia; yo, que se como buscar, voy sin miedo, por que se que hallaré mi deseo y su sed, mi sed y su deseo. Gracias por el agua alegre, Tarumba, y por enseñarme a llover con tormenta o con sol.

Una vez vi a Sabines por televisión. Era un hombre mayor, de cabello cano y bigote en simetría con sus anteojos. El aparato de su voz resonaba cálido mientras leía poemas. Estaba en Bellas Artes, y Tarumba no aparecía en sus palabras, pero sí en el aire, rescatando las gradas perdidas de la atmósfera, para devolver calor al contacto del mármol.

Sabines tan mayor, y yo una pequeña. La verdad no lo vi; pero me contaron y es como si hubiera estado sentada en la sala, junto a la intensidad de la reverencia atenta y respetuosa, escuchándolo entonar su voz de viejito y yo adormilada por palabrasa raras, soñando no se que Tararuí, tuí, tuí de la tía luna sonando como una trompeta. Desde entonces me arroparon los árboles y los caballos, y ya vengo con la poesía en el vientre, diciendo los espacios entre palabras y cosas.

No hay comentarios: