Eric Satie
sábado, 19 de enero de 2008
jueves, 17 de enero de 2008
Libertatis
Por supuesto, tú lo ignoras:
El paso cauteloso
Sosteniendo la hacha
Buscando el hilo.
Partirlo en dos,
Primero.
Por fin.
Sí.
Por fin
Dejarte,
Sentir la satisfacción de quedarme con mi mitad azul, de arrancar las cabezas a los conejitos de peluche.
Lanzarlas.
Bossa-Nova
A un tempo lento,
Acaricio el aire,
Y el filo corta el compás.
Coreografía hemática.
miércoles, 16 de enero de 2008
Los Cantos de Maldoror
Lautréamont (Isidore Ducasse) Los cantos de Maldoror. traducción y notas de Manuel Serrat Crespo. Madrid, Catedra
lunes, 14 de enero de 2008
-#3-
Un primer día se dibuja
en espumoso perfil de ave.
El olor a café
y el dulce de papaya
cortada al rocío,
definen los contornos
del sol al levantarse.
Rezuma tranquilidad
de la sombra de un gato,
que antes fue torbellino
enmohecido de luna
vibrando para el jazz
en un aletear de dedos.
Todo lo invierno ido del firmamento
se desgaja en niebla que es de leche cortada.
Los cánticos vuelan a corazón batiente, al recibir la luz de un sol como recién nacido.
sábado, 12 de enero de 2008
Noticias y algunos versos
La obra ganadora, cuyas semejencias con los Four quartets es simplemente plagio difamatorio, insitó a Franciso F. Borregui un silencio sepulcral que en sus ojos parecía decir: "may god have mercy upon us", aún no sabemos porqué. A lo que el poeta contestó sencillamente: "También quisiera agradecer a un jurado que, guiado, seguramente, por su buen gusto, dio un acertado resultado en su deliberación".
Para teminar esta nota sólo quisieramos recordar aquellos versos de la obra ganadora que dicen:
El mundo continuaba atravesando el fuego
convirtiéndose en humo
y se alejaba hacia la noche.
jueves, 10 de enero de 2008
Del terror lactoso con manchas negras
El corazón de la vaca parecía palpitar sobre la mesa de la cocina. Tenía la “ “ de las cosas vivas, que fluyen tras de lo innombrable con ímpetu autónomo.
Precipitándose en sollozos, Amanda llamó a su padre para que contemplara con propios ojos el prodigio que acontecía en la mesa con una regularidad autora de aun más escalofríos, dada la necesidad de un designio arbitrario para su realización.
A cada ciclo de expansión y contracción, el movimiento del músculo era acompañado de un salpicar de sangre en todas direcciones, que para el momento en que Montenegro ingresó a la habitación en rápido seguimiento de los alaridos de su primogénita, llevaba cubierta la mitad de la mesa con su rojizo tono de aspecto bovino.
Augusta, madre de familia y cocinera experta, había elegido tal trozo de carne precisamente por la vitalidad que desplegaba en el puesto de embutidos-lácteos-y-demás-hasta-el-fondo-a-mano-derecha, en el que acostumbraba a realizar las compras de la semana, siempre dispuesta a dedicar el tiempo necesario a la selección de los más frescos e indicados ingredientes para su alta cocina. Por este motivo, al descubrir un hecho atribuible a un mero error de selección correspondiente a la presencia del imperdonable punto ciego en su capacidad culinaria, dio un primer paso cargado de autoridad hacía el objeto cuyo accionar hacía burla de ella, y lo seccionó en un limpio batir de cuchillo, deteniendo definitivamente sus palpitaciones.
El acto causó gran impresión en Amanda, quién no pudo conciliar prontamente el sueño esa noche. Al siguiente día, cargada de pesadumbre y somnolencia, bajó por las escaleras que conectaban un pasillo en el segundo piso con la sala de estar, y al pisar a la altura de la tercera grada sintió un líquido pegajoso que escalaba con avidez su volumen.
Un corazón palpitaba en la cocina, y a cada diástole-sístole contribuía a la inundación de la casa, la cual quedó totalmente sumergida para el medio día. Al consumarse el acto, un mugido se escuchó resonando secamente y sin eco, desde una lontananza indefinible.