
sábado, 29 de agosto de 2009
Paisaje al atardecer

lunes, 24 de agosto de 2009
Leyendo Metafísica salen recuadros varios:

He visto a la mujer arroparse trémula entre el placer, expandir sus poros para que la luna pueda llover sobre su ella piel inflamada al momento en que la noche se estrella inmensa en los claroscuros de posesa desde donde se quema, desde donde se hace espuma y ceniza. He visto a la mujer, su toda ella. He visto a la mujer, he visto al mar. A cierta altura de la ciudad comienza a intuirse el mar. Sí al ir bajando la capa de gases varios se asienta espesa, cuando se toca la apariencia límpida de más antes, lo que se escucha es un eco que recuerda al mar, se cierran los ojos y está ahí con su oleaje entero. Una voz que ruge, que reclama. Inmersión. Ahí la mujer y el mar, Ahí la suavidad que toma la mano cuando se arroja al fondo de la hoguera salina donde se intenta ser sepultado. Donde se es huésped del agua y de la muerte que se van habitando hasta el silencio líquido de los erizos, hasta la natación dorsal de los peces.
jueves, 6 de agosto de 2009
El tzin-tzun-tzan
23:19
Prosigo a la orden del ocaso del bosque para acordarme del paradigmático arte de ceder y amarse en pocos pasos. Cualquiera se burla de mi tiempo y después se cristaliza en algún extremo del recuerdo y ahí me agrada pasar la mano por la piel del gato, cuando se eriza me constituyo como entre individual sirviendo a la nada, a algún otro que nada tuvo que ver en la emancipación del territorio en donde existo sin armar bosquejos de mi acción subsecuente a la dirección opuesta del viento, que me deposita una ofrenda de Luna, que me sirve como estribo para hallarlo.
Pero mi consecuencia no es responsabilidad de nadie. Caminando a través de una arroyo que divide el bosque me encontré varios cadáveres de insectos que algún intencionado colocó para advertirme que los arboles se caen a mis espaldas, que también soy señalado por la multitud triunfadora en zona de trabajo.
La opulencia arma contingentes para violentarme, saben que este territorio es mi fortuna, lo he amortizado con mi trastorno, he despojado de todo poder al “seminarista de los ojos negros”, a “la tortuga y la liebre” y a tres cochinitos exploradores, cena para lobos, alimento de siete enanos, humor negro de Blancanieves pervertida, ¡ah, a ella si la conocí en un bar para analfabetas funcionales! (…)
lunes, 3 de agosto de 2009
Te pusiste a pensar. Viste a Lepus acomodándose brillante, apenas bajo Canis Minor, y supiste entonces que la pretensión del reloj en tu muñeca de sacar a descubierto lo más íntimo del tiempo, se quedaba en una promesa de las que suelen elaborarse repisa para atrás, cuando la maquinita brilla como un corazón metálico pulsando el latido sin contratiempos, y la vitrina límpida aparenta sonreír cuando en realidad va preparando con las manos ocultas tras la espalda, la hincada definitiva que estalle el globo terráqueo en gajos. Son las nueve, exclamaste con seguridad determinante. Lorenzo de Tena detestaba la luna por ocultar las estrellas, pero en una extraña conciliación de espesores y alturas, lograste abrirte paso entre interferencias, y ver con ojos bien abiertos lo centelleante de esos puntos suspendidos. Ahora hay mejores telescopios, dijiste, con una dulce sonrisa, mientras el escalofrío subía por tu espalda, llegaba hasta la nuca y entonces decidías soltar tu cabello, dejarlo caer sobre tus hombros. Que bien te veías, observando a un lugar lejano, más allá de la plaza rebosante de charcos de lluvia; Bella con tu cabello negro, formas de noche y tacto. Los ojos y el tacto, los labios y el tacto, las manos y el tacto. Toda tacto como un rostro vuelto hacía el sol, que enseguida encontraba su correspondiente reflejo en los faroles amarillos, en el gusto cálido a chocolate que te llevabas a la boca. Y el sabor amargo es un misterio. Y las manos que se buscan en el agua de la noche el misterio de misterios. Dando vuelta al periódico como a los trazos de tu cabello. Cada letra en el papel tenía una línea correspondiente escurriéndose entre los dedos. ¿Recuerdas una taza de café? Luego el calor abriéndose paso, un brazo rodeando el frío desde los faros. Un dibujo apenas legible. Tú caminando, y unos ojos, y una sonrisa, y una fotografía, y un charco de luz sobre la mesa de noche.